domingo, febrero 28, 2010

旅を一緒に [Compañía de Viaje]

Shunichi Nagazaki es quizás un cineasta poco conocido, en una industria actual que favorece la presencia japonesa en celuloide tan sólo como parte de una colección asiática de terror, tal vez influidos por el tardío éxito de Shikoku (Tierra de los muertos) de 1996. Entre sus obras, conviene recordar Yamiutsu shinzo (Corazón, Latiendo en la oscuridad) de 1982 y Yamiutsu shinzo (Corazón, Latiendo en la oscuridad) de 2005. A manera de breve reseña, la primera película es un seguimiento a las vidas de una pareja que acaba de asesinar a su hijo. La segunda versión, estructurada en tres partes, es un remake de la original, una secuela, y un documental. Naturalmente, con los actores de la primera película repitiendo sus roles.














La película que hoy me concierne, 旅を一緒に (Compañía de viaje - 2010), es un análisis aún más minimalista que las propuestas anteriores. Un largo zoom-out nos revela una casa empezando desde una mínima esquina de la cocina, que gradualmente amplia la vista a la pared, los lavatorios, el horno y el resto de ella. No es casual la cuidadosa distribución de la olla y el plato que esperan ser lavados, en tonos sepia que gradualmente se llenan de color: El espectador avezado podría deducir la propuesta del filme de esta misma escena. La cámara viaja por el resto del apartamento (un dormitorio aún desordenado, cuartos de baño impecables, una suerte de zaguán desastroso) antes de recalar en la sala, donde una joven pareja se encuentra compartiendo los alimentos, una al lado del otro. En toda la película, sus nombres nunca son dados ni sugeridos: Nagazaki plantea en los créditos simplemente Ella (Ayako Fujitani) y Él (Ryo Kase) a la manera de Anticristo, de Von Tier.

Comen en silencio, mirándose ocasionalmente entre bocados. La misma sola larga toma, que ha empezado en la cocina, va del rostro de ella al rostro de él, una y otra vez. Él mantiene la comida unos segundos en el aire, y cuando está a punto de engullirla, la cámara pasa a enfocarse en Ella, masticando. El ambiente es solamente perturbado por los palillos tocando los platos, y una leve brisa que no se sabe bien de dónde viene. En algún momento ella rompe el silencio (y es tan súbito y repentino que podría sentirse un grito más que una exclamación) preguntando "Higurashi no naku koro ni?" (Cuándo lloran las cigarras?).

Una sonrisa se forma en el rostro de Él. Se acerca hacia Ella y besa su frente, recogiendo el plato que Ella ha acabado. En un sofá, mientras está sola revisando una revista, menciona la poca hambre que Él debe tener, para escuchar desde la cocina "Tenemos que viajar". El plato de Él permanece en la sala, inacabado, con los palillos aún sin romperse.



















La siguiente escena corta a una hermosa toma del aereopuerto de Narita, hirviendo de gente, atareada en sus propios menesteres, con una canción de Kahimi Karie de fondo (Orly-Narita). Ambos caminan lado a lado, callados, Ella cabizbaja y Él mirando acaso un DutyFree. Un flashback (expresado por unos minúsculos créditos que dicen hace tres meses) nos muestra a la misma pareja, en el mismo ambiente, con un comportamiento diametralmente opuesto, rebalsando de abrazos y palabras de afecto, que, la verdad sea dicha, resulta chocante y sospechoso de antinatural, en su contraste con la escena anterior, a la cual volvemos.

Ella menciona, sin mirarlo, que el snowglobe que ha comprado el año pasado empieza a quedarse sin agua. Él no le responde, ocupado en una máquina de venta de gaseosas. Un suspiro y el alejamiento ulterior de la protagonista hacia el counter terminan por crear ese ambiente moderno de soledad en la multitud, cuando los silencios más grandes son los que se crean entre dos personas en un mundo que no se detiene a contemplarlos.

Ligeros gags visuales se suceden hacia la mitad de la película: Desde la confusión al momento de recoger el mínimo equipaje que llevó Él, pasando por la visita a los padres de Ella en un Japón rural en decadencia que no hace sino reforzar la idea de abandono de las relaciones en el mundo actual, hasta el cálido atardecer en medio de cerezos cerca al parque de la paz en Nagasaki (un guiño al director, sin lugar a dudas.)

Los padres merecen especial mención, ignorando completamente a Él, solícitos hasta el límite con Ella. Sin ser totalmente abiertos al diálogo, demuestran afecto, preocupación, necesidad de ayudarla. Es imposible para nosotros entender qué puede ser esto, más allá de la depresión o una torpe angustia existencial. Se llega a intuir que parte de la responsabilidad la tiene Él, consolando inefectivamente a su compañera durante los dos episodios de llanto.

Es entonces que finalmente se revela la historia.

Al momento de volver, ella se encuentra sola en la sala de embarque, acariciando un snowglobe que recrea, a la manera de Shortbus (2006), los lugares en los que se ha desarrollado la película hasta el momento. De un modo similar a aquella noche en que Shahrzād narra a Shahryar el cuento de un sultán que decapitaba vírgenes al amanecer, corremos el riesgo de empezar el filme nuevamente, pues el snowglobe da lugar a una casa, que empieza por una cocina y poco a poco nos muestra una sala y una mujer comiendo en silencio, al lado de un plato vacío y unos palillos aún sin romperse: El espectador comprende no sólo que todas las pequeñas inconsistencias no son más que una mujer que ha estado sola durante toda la película, sino que la compañía de viaje es la búsqueda de su propio paraíso perdido, envuelta en recuerdos que desdibujan su realidad.

La escena final en la que al volver Ella a su apartamento, lo encuentra sentado revisando un libro de entomología, se presta a muchas interpretaciones. Aumenta la confusión el último bloque diálogo:

- Hola.
- Hola.
- Las cigarras cantan en verano, sí?
- Gomenasai. Toma. (Quizás se pueda traducir como Lo siento, o tal vez, Estoy arrepentido.)

Mientras los vemos abrazándose, la cámara enfoca lentamente la mesa, con un nuevo snowglobe, con dos pares de palillos entrelazados. Los créditos aparecen.

























Biyuinfo!

- Like Dylan in the movies >_<

domingo, enero 17, 2010

El día final

Me ayudó a bajar del taxi en la esquina del terminal, él tenía solamente la ropa con la que había venido y encima una chompa que compró aquí, yo, muerta del sueño, una falda y un polo, que muy poco me abrigaban, claro, y su casaca. Habíamos salido de compras un poco el día anterior pero hoy me dio sueño y las pestañas se pegaron, estuvimos dando vueltas el día anterior pero yo ya no escuchaba porque mis pestañas y se acercó a ver si los buses ya saldrían.

- Espérame un momento, por favor -me dijo.

Y mis pestañas seguían cerradas, y mi boca murmuraba un "sí..." tan leve que tal vez no lo escuchó y pensé por un segundo, mientras me sentaba en la banca a dormitar, nuevamente en que en el taxi me había quedado dormida en su pecho y quizá un poco de la arena se quedó allí porque también la arena quería dormir conmigo, mis pies tan desnudos simplemente eran como su pecho y yo era como la arena, y cada quien dormía encima del otro, cada quien era un remedo del anterior, cada quien era un recuerdo del anterior y tal vez si la arena dormía en mis dedos y mis dedos en su pecho, tal vez su pecho dormía en otra luna, otra luna que se colaba por mis pestañas no tan cerradas que se orientaban al cielo, un poco, simplemente, un poco entreabiertas.

- Llegamos una hora temprano -me dijo, despertándome con un beso en la mejilla - Te quedaste dormida?
- Estaba soñando con la luna.
- Oh, la luna es incompleta... te diste cuenta? A veces en el día ves al sol y la luna al mismo tiempo, no?
- Sí.
- Pero en la noche sólo ves a veces a la luna y---
- Nunca al sol.
- Por eso, sabes, se suele asociar la luna a la divinidad femenina, prácticamente en todas las culturas. La gente creía que cuando el sol se iba al anochecer, iba a ver a otra luna. Cosas misóginas, dignas de Schopenhauer.
- Yo soñaba que eras la luna, y la arena... bueno, algo así.
- Yo orbito como---
- No, mejor no lo digas. Lo arruinarías a tu estilo. Mejor quédate callado.
- Claro, mujer.

Una hora antes, había dicho tantas cosas hermosas bajo la luz de esa misma luna, frente a mi mar, y tal vez era algo cosa de él, cosas que son tan lindas aunque a veces tan cursis que una lo mira y se pregunta "se da cuenta?", para luego responderse, no, ningún hombre se da cuenta en esos momentos. Ni hombres ni mujeres, sueltan lo que tienen en mente y siguen con ello, letra tras letra, tal vez el secreto es jalar la primera y ya ves a la segunda esmerándose por acompañarla, la tercera se anima y las otras no tardan en llegar. Así salen esas cosas, son lindas o cursis no sé, sólo sé que me hacían sentir tan bien, esos días bajo la luna, el mar, cosas de él al lado de cosas mías.

De repente interrumpió mis ideas cuando empezó a cantar, sin mirarme, como quien recuerda algo que tenía que hacer, como quien quiere hacer algo para luego recordarlo, cosas de él.

- I am the walrus. Coo-coo-ka-choo.
- ...
- Los Beatles. Había uno que tenía máscara de conejo y la guitarra, imagínate que chévere.
- Moncho.

Se río en ese momento y se pegó un poco más a mí, protegiéndome del frío con sus delgados brazos. No recuerdo que fue lo que dijo, y seguramente no fue nada importante, seguramente las mismas cosas que decía siempre. La luna, simplemente, desde arriba, y el sonido de los carros pasando en la avenida a nuestra izquierda, esperando simplemente unas horas más hasta que su carro partiera.

- La pasamos bastante bien, no?
- Claro.
- Mira, en un mes voy a volver y---

En ese momento le di un beso, parándolo a media frase, para bien. También en ese momento no supe por qué, pero una lágrima empezó a bajar hasta mis labios.

Al decirle adiós, me di cuenta que no era yo quien estaba llorando.