viernes, marzo 27, 2009

Breaking the ice with Javier [Historias de San Valentín Parte 3]

Como cualquiera que se esconde y pierde su caminar, un ser anónimo que se confunde buscando una razón. Sueño despierto, invento y cuento historias de soledad. Así perdido sigo, pero nunca dejo de soñar en alcanzar alguna vez mi libertad.

“Por qué?” “Porque sí. Tengo derecho a preguntar. Tu carta es muy ambigua.”

Estoy atrapado en una espiral cuando el sosiego cunde en mi habitación. Dime que te volveré a ver. ¿A dónde voy a ir? Terminaré sin ti. Tan solo, sin ti. Es un oscuro camino. Se me va el alma cuando llega el alba. No dejes que nos separe la muerte.

“Es tan triste. Todo está explicado ahí.” “Todo, dices?” “Dime que te volveré a ver.” “Seguiremos siendo amigos.” “¿Y qué hay de todo lo que te he dicho?”

Stop. Play.

Escarbo en mi piel buscando en el ayer. No encuentro el despertar. Algo no está bien, tu aroma me dejó. Siento, las raíces, el esfuerzo, un resplandor en la conciencia… Eternamente en ti, soñando sin dormir. Libera el candor en tu ingenuidad de Abril.

“Y eso fue lo que me dijo.” “Una lástima, Javi, estás bien?” “Sí, claro, todo anda bien, no hay problema.” “Pero ahora son amigos.” “Claro. Puede decirse que nuestra relación ahora es mejor, no?” “Ingenuo. Claro, supongo que es mejor.”

Stop.
Una jarra de ron siendo servida en un bar en la avenida Dolores en una noche al lado de un cantante de rock en medio de dos guitarristas frente a una multitud sonriente al escenario detrás de los baños debajo de la gente que escucha las cosas en la Discoteca La Roca mientras una chica le dice a un tipo “Pudimos entrar sin pagar.” El tipo aparentemente está ebrio mirando al aire mandando un mensaje de texto al frente de su jarra de ron sobre la mesa al lado de la silla sobre la cual la chica dejó una cartera que suena probablemente por un celular adentro porque llevar perros en la cartera no creo a estas horas de la noche y que él no tocará porque es un muchacho de principios y además el mensaje de texto parece largo cuando suena el celular y decide apagarlo pero como pudo ver eso Javier desde tan lejos. Javier y Pablo están conversando, un poco apartados del escenario, con un par de vasos en la mesa. Javier empieza a contar un par de cosas que pasaron hace algunos días, o hace algunos meses, o hace algunas horas.

Era como si fuera siempre de noche para mí, Pablito, en esos días de febrero. La casa se me hacía triste, el día se me hacía triste, y no podía sino lamentar el destino de Javier, así, pensando en tercera persona. Suele decirse, cuando uno está cerca de romper los límites, que cada día se parece al anterior. En mi caso, cada minuto era idéntico al que acababa de sentir. Conocía que una de mis debilidades podía darse por… acabada? Abortada? Cuánto tiempo creyendo que somos seres únicos y eternos, para encontrarnos de esa manera con nosotros mismos, humanos y carne al fin. Carne pútrida, carne con deseos, con sus propias fallas y fracasos pero también… También de lo otro, uno nunca sabe.

La primera noche posterior a la carta dormí. Dormí muy bien. Al día siguiente al despertar, la lógica interrogante apareció. De verdad no me importa nada?

El día fue como debía ser un martes. Invisible, irrecordable, sólo-otro-día en ese calendario que marcaba, esperando volver a Arequipa de una buena y jodida vez. Es sólo cuando recordamos un pecado que sentimos culpa, pensé de repente. Pero de qué pecado puedo yo sentirme mal? Intenté calmarme. Las memorias fluyeron a través de Javier, para golpearlo paso a paso.

- No vienes a comer?
- No.
- Pero en todo el día no has probado bocado…
- He dicho que no!

No fue como pude haberte contado después, Pablito, que toda la semana estuve como la idiota de Lore [jajaja], cortándose el cuerpo y llorando por sus estupideces estándar, que el sol no sale para mí y esa clase de huevadas. No, nunca tanto, pero de todos modos algo así quedaba, no crees? Algo medio gris al fondo de un vaso [se puso el vaso en los ojos mientras decía esto], medio podrido al fondo, la sensación de estar cagándola, yo sé que tú me comprendes, y finalmente mi familia tuvo que actuar. Fue mucho peor.

Aquella noche salimos al dermatólogo, a ver como era el asunto del tratamiento y si al final podría dejar de usar esa cosa en el rostro, esa crema que conoces. Subí al carro y estaban mi mamá y mi tía. Las calles vacías o llenas, pasaron. Como la ruta era nueva, yo dije:

- Dónde se ha mudado el doctor?
- Por Lince.

No estaban yendo a Lince. Yo lo sabía muy bien, pero te juro que no me dio miedo, que estúpido se puede ser a veces, o que poco sé yo del mundo, pero se me ocurrió pensar que me estaban secuestrando, me parecía graciosa la idea, mi familia secuestrándome. Medité sobre los posibles futuros, yo, Pablito, yo, tan confiado en las infinitas posibilidades de la vida, que vamos desechando y comiendo a cada segundo. El futuro más probable era el más obvio. “Seguro me llevan a un instituto mental para tratarme”. Y me reí. Cuando mamá me apretó fuerte después de mi risa, ahí fue, Pablín, ahí me asusté en serio. No estaba sentado cerca de la ventana, así que no podía hacer nada para escaparme. Te juro que quería escaparme. Al bajar, quizás…

Cuando el carro entró en el estacionamiento privado, supe que la fuga no podía ocurrir. No, no tengo idea de dónde sería, parecía cerca de la Richi, pero tú sabes que yo no paro por ahí, está tanta gente que me cae mal. Me desesperé aún más.

- Esto no es Lince, mamá.
- No, sí lo es. Cálmate, Javi, todo va a estar bien a partir de ahora.

Intenté abrir el seguro de la puerta y no puede alcanzarlo. Imagínate, pues, me alucinaba un Schwarzenegger cualquiera. Mamá bajó rápido, por su lado, y dos tipos gigantescos, te juro, gigantescos, me cogieron de repente de los brazos. Ella dijo algo así como “No lo lastimen demasiado” y yo empecé a gritar “Mamá! Mamá!” Comprendes? No te da risa, no? Imaginaba que te daría un poco de risa, Pablito, pero tu cara lo dice todo. Ya, ya, hablemos de otra cosa.

Lo bajaron del auto y le inyectaron algo. Pierde la voluntad, pero puede ver aún qué es lo que sucede. Camina, quizás, pero no siente sus pies, La luz de los techos lo lastima; se abandona.

Frente a él, en el aire, está Sandra, sonriéndole.

- Qué está pasando?
- Estás muerto, corazón.

Vomita, y siente su comida corriendo por sus labios, saliendo de sus narices, asfixiándolo, dando vueltas por su rostro e infectar sus ojos. Quiere ladear la cabeza y no puede, las correas lo sujetan firmemente. El asco lo inunda.

El reflector lo contempla desde arriba, blanco e infinito. En medio del mareo y la porquería, empieza a recordar.

“Mi familia me ha traído aquí. Saben que estoy mal, pero no se molestaron en preguntar que me aquejaba. Sabían también que yo no siento un aprecio particular por ellos, pero consideraron su obligación curarme a como dé lugar. Los odio. Los odio por lo que me hacen, los odio por ser un conjunto de puercos desalmados sin más interés que el dinero, los odio porque eventualmente yo seré como ellos.”

Un doctor entra a la habitación. La espalda tortura la mente de Javier, y sólo puede escuchar los pasos del médico, pues ya no puede ni girar la cabeza [es tal su abandono o tales las correas?]

- ¿Ya estamos mejor? –Pregunta.
- …
- Muy bien. Tu familia está muy preocupada por ti. Te quieren mucho. No les gusta verte tan triste y destructivo, tan fuera de ti.

“Debería seguir cuestionando lo que una persona puede o no haberme hecho? Dónde está el pecado entonces? En la persona o en mí? En ella o en mí? Quizá es un simple error de criterio, quizá no hay pecado, sólo un grupo de estúpidos que no saben lo que hacen.”

- Muy bien.
- …
- Me alegra que pienses así. Un joven tan simpático, con objetivos, ambiciones, y todo el futuro por delante, alguien como tú, debe estar siempre feliz.

“Es increíble lo hijo de puta que es este tipo. Cuánto le habrán pagado? En medio de mis vómitos, de estas correas, de mi asquerosidad absoluta, el maldito seguramente está sonriendo, mientras me mete esta aguja, que es otra aguja más profunda de la que él piensa. Mucho más profunda. Si es un somnífero, al menos espero que me limpien mientras duermo”. Duerme.

La luz del reflector es absolutamente todo lo que hay. Javier está encerrado en un cubo. El cubo es transparente, tan transparente que los bordes son invisibles, pero Javier sabe que el cubo está ahí, lo puede sentir. Todos bailan a su alrededor, el cubo es de cristal y es de personas. Giran, giran, dan vueltas. Identifica a muchos, pero no recuerda a ninguno. Sabe que Sandra está entre ellos, pero son tantos que seguramente la ha pasado por alto. Eso sí que da miedo.

[Cuando era niña me divertía mucho haciendo cuentos en los que los protagonistas eran mis amigos, o sea ustedes. Incluso yo era protagonista. Toma, lee… “Antón saltó del avión y cayó en el mar.”]

Antón también está danzando. Está bailando solo. Javier se acerca y lo toca, pero se esfuma. Quien se esfuma es Javier, no puede tocar a nadie. Ya no baila, camina en una calle de Arequipa que no reconoce pero recuerda. Está con una mochila y su chompa gris. Parece apurado.

Identifica a Pablo luego de seguirlo unas cuantas cuadras. Está es la Avenida Estados Unidos, y Pablo no va a otro lado sino a alguna casa que no conoce, cerca de algún grifo. Javier no recuerda este lugar, o verlo antes, esta zona no es la suya. Todo es tan real que este sitio debe serlo, siquiera de alguna manera velada a su comprensión.

Es de noche. Los arbustos verdes son como corazones rotos por la iluminación. Alguien dice “Javier”. En realidad no es tan grande la ciudad. La agrandan mi desconocimiento, la soledad, los espejos, la noche, lo vieja que es, las obras de Jorge Borges. Pablo toca la puerta y espera unos minutos. Inexplicablemente, saca una llave y entra, mientras se ríe. El ruido de sus nudillos golpeando el metal es curioso, pero más curioso es esa especie de chillido ahogado que escucha.

Despierta. El techo no ha cambiado, y las correas que lo atan tampoco. Cuánto tiempo ha pasado? Una hora, un día, un mes? No hay nadie cerca, piensa. Por qué he soñado con Pablo? Dónde estaba entrando? En verdad Javier tiene cosas algo más importantes de qué preocuparse, pero el suceso lo inquieta. Qué drogas le han metido? Nunca ha sido un observador en sus sueños, siempre era el protagonista… “Pablo?” Sabe que los sueños son otra manera de decirse cosas a uno mismo. Bah. Vil metáfora de mí, ese tipo. Falsos rostros en cuerpos equivocados. Un Jano como cualquier otro.

Y, bueno, Pablito, jódete, no te lo cuento completo, apareciste en un sueño mío, no, nada gay, jajaja. Una puerta de metal, estupideces por ahí. Cosas así. Qué voy a hacer ahora? Déjare pasar el tiempo... Hasta que las cosas se calmen, supongo. Salud.

Biyuinfo!
- Reciclado de una vieja historia del año 2005. Inspirada en sucesos reales de mi mejor amigo.
- Inspirada también por Tardes Frías de Verano - Campo de Almas. [Las letras al inicio en cursiva son del disco.]
- Rirura. Riruha. Rirura. Riruha.


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