sábado, setiembre 12, 2009

Cinco: Lorena [Créditos de la imagen a vofan]

“Entonces ella lo llamó y le dijo, no he dejado de pensar en ti en todo este tiempo”.

Lorena está escribiendo en su computadora, eterna insomne. Una chalina la protege del frío en la ciudad, potencialmente asesino a esta hora “Potencialmente asesino como todos”, piensa. Tiene un sobre manila sobre la cama, y sonríe pensando en las posibles permutaciones que el idioma le permite. “Un sobre sobre la cama de mi sobrino, sobrando de un sábado sobria”. Considera brevemente incluirlo en su historia, pero lo desecha por facilista. El sobre ha llegado en la mañana, con su nombre escrito encima y una caligrafía que pudo reconocer con facilidad, a pesar de tanto tiempo sin ver esa letra, cuadrada y sin gracia. Lo ha enviado Pablo, desde una ciudad de nombre impronunciable, en Alemania. En otra época, Lorena, ávida por saber de la vida en Europa, habría devorado el contenido del envío, presumiendo de las postales con sus conocidos, memorizando cada detalle que pudiera verse interesante o exótico. En otra época, pues Lorena está desde hace varias horas balanceando la posibilidad de quemar el sobre sin abrirlo. Tal como quemó todas las cosas que le recordaran a Pablo, la pulsera, los peluches, las cajas. Momentáneamente se asusta: “Y cuando ya no haya nada por quemar, me prenderé fuego a mí misma.”

Una carta cerrada, recuerda Lorena, limpiando sus lentes, es una gran cantidad de posibilidades. Puede ser un regalo, un adiós, puede ser un anuncio terrible, una noticia feliz. Una carta cerrada es como cualquier secreto, materia de Proteo: Apenas lo abras cogerá una existencia tangible y será parte de tu vida, sean noticias o imágenes. Como siempre, el secreto desaparece apenas cuando empieza la diversión. Una carta cerrada es mil veces más interesante que una abierta.

El sobre continúa en la cama, ajeno a los devaneos Loreneicos, inmutable.

- Podría hacer tantas cosas con usted, señor carta-de-Pablo. Siguiendo la lógica aplicada con la pulsera-de-Pablo, el anillo-de-Pablo, las rosas-de-Pablo, debería botarlo o quemarlo. Sin embargo, usted aparece en un momento en el que nada me despierta demasiado interés en la vida. No tengo manera de saber cuál sería el impacto que usted cause en mí, una vez leído. Suficiente impacto es verlo ahí, echado en mi cama, que alguna vez fue también cama-de-Pablo. Sabe qué? Sólo de algo estoy segura: Si no lo leo, me arrepentiré, porque probablemente es la última carta que él me mande, tan lejos como seguramente está. Si lo leo, también me arrepentiré, porque probablemente sea más de lo mismo.

Continúa en la cama, inmutable.

- Ah, usted seguramente juega ahora a ser el interesante, no? Claro, una le muestra la cama y ya está, tirado como un poltrón, dándose la gran vida, mientras yo no acabo de escribir esta historia que ya lleva días y el final se me hace muy artificioso, ah, las historias de llamadas y de segundas o terceras o décimas oportunidades. Y quizás la información que usted esconda en su interior sea justo lo que yo necesito… O quizás justo lo que no necesito. Cómo decidirse, cómo tomar un curso de acción, al verlo tan ajeno al problema. Vamos, dé su opinión! Quiere o no quiere ser leído?

Inmutable.

- Tal vez para después, no? Permítame acabar con esto. A usted lo dejo guardado.

Lorena guarda el sobre en la estantería, entre algunos libros que no lee hace años. Está regresando a la computadora, cuando alguien toca la puerta de su cuarto. Amanecerá en unas horas y sabe que no debería estar despierta tan tarde –seguramente se trate de su padre, intentando convencerla de las bondades de ocho horas de sueño, ocho horas de trabajo, ocho horas de espera –pero aunque la voz que viene del otro lado de la puerta es terriblemente familiar, no se trata de ningún familiar. “Voy a entrar”, dice Javier.

- …
- Jesus, Mary and Joseph Chain. Acabaste de hablar?
- Perdón?
- Por teléfono, estabas hablando con alguien. Acabaste de hablar?
- Sí, ya terminé con eso.

“Con un sobre a una distancia terriblemente larga, supongo”.

- Y…
- Traje ron. No, espera, lo he dejado donde Antón.
- Nuevo Best Friend?
- Nada, con uno bastaba. Aparte él ya está con mejor amiga.
- No me interesa.
- Me imaginaba que dirías algo así.
- Entonces también te imaginaste que te diría “Qué mierda haces aquí”, no?

Lorena lo mira, de pies a cabeza. Cómo demonios convenció a su padre para poder pasar? Encima, hay un olor a ron en el aire que no consigue disimular. “Ebrio, mal vestido y encima en complicidad con mi viejo. Por qué tienen que ser así? Siempre---“

- Oye, tuve un sueño. Hace unas horas.
- Yo también. Pero mi último sueño fue hace meses. Ya no sueño.
- No te creo.
- Eso tampoco me importa.

Javier se calla, buscando los ojos de Lorena. Ella se ha acercado con un lapicero a uno de los
estantes y coge un sobre. Tacha una y otra vez el remitente, hasta que es imposible leer nada.

- Ves esto, Javier?
- De quién es?
- No importa. Las cosas tienen más un valor simbólico a veces. Qué hacemos con el sobre?
- De quién es?
- Qué hacemos con el sobre?

Javier la mira.

- Lo lógico sería abrirlo y ver lo que tenga adentro.
- Ajá…
- Pero no tiene ninguna lógica que hayas tachado el nombre, ni ninguna lógica tenerlo quien sabe cuanto tiempo sin haberlo abierto, ni mucho menos el que yo esté aquí a esta hora, queriendo contarte un sueño, no?
- Ajá.
- No lo has leído, verdad?
- No. Ya ves a donde voy, no?
- Salgamos a caminar y vemos que hacemos con él. De paso que te cuento mi sueño.
- Ya te dije, no me interesa.
- Entonces no habrá problema si lo cuento en el camino.

Lorena sostiene el sobre contra su pecho, como protegiendo a un niño del clima, intentando darle parte de su calor corporal, cuidando que nada le pase. Javier, a su lado, camina silencioso, el frío ayudando a que los últimos rastros de ron se disipen de su mente. “Ah, obvio, ahora no me dirá ni jota. Mejor así, no lo crees, carta-de-Pablo?”, piensa ella, sonriéndole al sobre en sus brazos. Los faroles iluminan las callejuelas cercanas a la casa de Lorena, cubiertas de sillar y de musgo, mientras caminan, inconscientemente pegándose el uno al otro, buscando mantener la temperatura entre los dos. Ella se detiene a ver una casa.

- Te gusta esta casa?
- Me da igual.
- “Me da igual” “No me importa” “No me interesa”. Es lo único que sabes decir?
- Parece.

“En verdad, es muy hermosa, pero no tengo ganas de hablar de eso; ni de hablar de nada con nadie. Déjame en paz. No sé para qué viniste, triste excusa el querer contarme un sueño. Sólo quiero estar sola. Sólo déjame sola”.

Javier está hablando de un sueño que tuvo, mientras Lorena, atenta a las palabras, camina mirando las paredes. Se detiene a ver las inscripciones en algunas, interrumpiendo la narración.

- Qué estás mirando?
- “Marita y Richard 4ever – 04/05/99”
- Más de diez años. Qué crees de ellos, Lorena? Que estarán haciendo ahora?
- Te gustaría que dijera “Haciendo vandalismo juntos en otras paredes”, no? Pero no creo. Lo más probable es que estén preocupados en cosas de verdad, estudios, trabajo, no sé. Cosas serias. Es bonito a veces dejar un 4ever, pero no creo que 4ever dure más de unos meses.
- Bueno, da la casualidad que Marita es prima mía, y Richard es mi cuñado.
- Sí?
- Claro. Llevan doce años casados, tienen dos hijos, los sobrinos más pajas que se pueda pedir, recontra cachetones. Es una completa sorpresa ver esta inscripción, supongo que son ellos.
- Sí? Cómo se llaman los hijos?
- Miguel Ángel y Rafael.
- Ah, artísticos tus primos.
- Más bien tortuguísticos.

Una sonrisa se forma en los labios de Lorena.

- Ya era hora de que te rieras.
- Sólo he sonreído un poco.
- Jaja. Ese papel de mujer fría no te va. Cómo te vas a reír de mis primos tortuguísticos, por favor.
- Ya sé que podemos hacer con el sobre.
- Qué cosa?
- Vamos a la plaza y finiquitamos su vida.
- Bueno.

Aceleran el paso, y Javier empieza a hablar del significado posible de la niebla azul en su sueño, barajando posibilidades que Lorena sabe bien, pues conoce de éstas cosas, sabe bien que no son la que de verdad él piensa. Antes de que él diga lo que ella ya intuye en sus palabras, llegan a la plaza.

- Botémoslo aquí.
- A ese abismo insondable, profundidad increíble, cementerio de botellas de vino?
- Justamente. Esta plaza es ideal para tirar cosas. También para sentarse de noche y mirar estrellas, no?
- Permíteme los honores. Pero antes de ello…
- Qué?
- No me vas a decir de quién es, no?
- Tú ya te imaginas. Y supongo que algún día te contaré.
- Godspeed, carta desconocida de una persona desconocida, esperemos que no tenga una desconocida cantidad de dinero adentro, porque nos sentiríamos desconocidamente estúpidos.

“Ojalá fuera desconocida”, piensa Lorena, al ver el sobre cayendo al fondo. “Y ojalá sea lo último que nunca sepa de ti”. Javier se apoya en uno de los portales, mirando la plaza. Ella se apoya en la baranda, abrigándose con la chalina.

- Bueno, ya se me hace tarde.
- Espera un rato.
- Un rato.

Mira a Javier, esperando que diga algo. Ha terminado la historia de su sueño antes de arrojar el sobre, y no ha dicho nada más, aparte de algunas teorías que saben incongruentes.

- Bueno…
- Eras tú.
- Ah?
- Tú, tú eras la chica del sueño. La que desaparecía en polvo, la que yo imaginaba era lo único que había en el mundo. Yo era la niebla.
- Bueno, ya me ves, no he desaparecido.
- No, estás aquí.
- Y?
- Por qué tienes que hacerlo tan complicado siempre? Por qué, si sabes lo difícil que es para cualquiera decir estas cosas?
- No sé. Nadie te pide que digas las cosas que dices. Tú lo haces porque deseas hacerlo, yo te escucho porque no tengo de otra.

Él suspira, y su aliento, cálido, aparece como una nube de vapor, que prontamente se disipa en el aire. Lorena lo imita, creando nubes similares, una tras otra, atragantándose finalmente.

- Torpe.
- Creo que he tomado aire helado. Mañana voy a amanecer mal. Te responsabilizo a ti.
- Si quieres, por mí no hay problema.
- Responsable irresponsable.
- Toma mi casaca, te vas a congelar.
- Oye, como se llamaba el esposo de tu prima Marita?
- Mi prima Marita? No tengo ning--- No, espera.
- Jajaja. Ya me parecía que te lo habías inventado todo.
- No importa. Estoy convencido que Marita y Roger siguen juntos, sean o no primos míos.
- Richard.
- Lo que fuera.
- Oye, de verdad ya es tarde. Y a ti ya se te pasó el ron.
- Puedo ser cursi?
- Igual lo escucharé.
- “No puedo vivir sin ti”.
- Terriblemente cursi y trillado.
- “Suena estúpidamente cursi, pero es la verdad.”
- Ídem. Sorprendente, sin el alcohol presente.
- Qué harás mañana?
- Tengo que dejar unos papeles por el centro.
- Y de ahí?
- Supongo que tengo toda la tarde libre.
- Vamos al cine o algo?
- Sólo si vemos algo que yo quiera.
- De acuerdo. De acuerdo, mujer.

Por primera vez en la noche, Lorena mira los ojos de Javier. Es fácil notar que él se ha sacado una carga de encima, y camina hablando despreocupadamente de películas de directores franceses, alguna que quizás hayan visto hace años. Lorena sonríe, al pensar “Y así ocurren las cosas. Sin melodrama, sin romanticismo, simplemente pasan. De pararme a analizar la situación, habría podido hacerlo mejor, no todos los días te dicen algo así. Pero la vida es cualquier cosa menos esa ensalada de corazones rosas que nos quieren vender. Qué habrá mañana en el cine?”.

Ella lo embarca en un taxi, y al despedirse, Lorena nota que sigue con la casaca puesta. “Me la devolverás mañana”, alcanza a decirle Javier, desde dentro del carro. Le hace adioses con la mano, antes de meterse a su cuarto y acabar un párrafo que la tenía preocupada.

“Él, calmado y centrado en sí mismo, le responde: Tampoco yo”.

Se acuesta, abrigada en el cuero negro. La felicidad, a veces, toma las formas más extrañas, piensa Lorena finalmente, abrazada a la casaca-de-Javier, antes de volver a dormir. Y volver a soñar.


Cuatro: Antón [Moon Over Soho - Colores]



Antón se echa en su cama y recapitula un poco las cosas que estuvo hablando con Javier hace unos minutos, antes de que Javier se fuera, Javier con la sonrisa en el rostro, sonrisa que en verdad no tiene el menor fundamento… pero se necesitan razones para sonreír?

- Para demostrarte que no estás soñando, te contaré una historia secreta.
- Secretísima. Un secreto se acaba apenas lo cuentas.
- De Sandra. De su viaje.
- Bueno.
- Pasada una semana desde que se fue en Febrero, la llamé un par de veces. Como no volvía yo estaba preocupadazo, le di plata apenas para un par de días, justamente para que volviera rápido, sea lo que fuera que fue a hacer.
- Un toque. Últimamente todo el mundo me toma de confidente, se puede saber por qué?
- Ni idea, Javo. Supongo que tienes cara confiable, cara buena, o cara de huevón, da igual. O porque olvidas muy rápidamente lo que se te dice. Aparte tú viniste aquí con ganas de realidad, bueno, aquí tienes realidad. A algunas personas el tiempo---
- Ya. Bueno, y no contestó?
- Lo hizo, un sms cortito. Que estaba satisfecha con su vida, que todo le iba bien…
- Asu.
- Obviamente no creí ni la primera letra. No me dijo ni siquiera para qué diablos se iba hasta Trujillo, simplemente que a veces se tiene que ser espontánea, y huevadas así. No te mentiré, el mensaje me cayó mal. Pero pensándolo con calma, si todo le iba bien en otra ciudad, sólo me podía imaginar que acá todo le iba mal… y en fin, cada quién hace su vida, no? Son sus decisiones, me dije.
- Te sirves un poquito de ron? Mira que compré una botella de más y no puedo tomar demasiado…
- Guárdala para otro día, para ti. No me vacila esa cosa que compras.
- Ok. Y, entonces se puede saber qué pasa? Ya pues, se fue, yo como de costumbre me entero recién cinco meses después a dónde fue, y…?
- Bueno, no le respondí nada, luego del sms. No sé. Me quedé callado. Ella se quedó callada. Disfrutar el silencio, entiendes? De vez en cuando, mi celular sonaba, era un número oculto. De vez en cuando, el suyo sonaba, un número oculto. Ni idea.
- Ah, el jueguito idiota de las timbradas de números ocultos. Pero fácil el que te timbraba a ti era ese pata que chambeaba contigo el año pasado, ese que te decía Anthony, mientras torcía los ojos, mariconazo.
- A propósito… una navidad estábamos lateando por el centro, te conté? Yo estaba cagadazo, había botado las computadoras en la chamba, ese huevas que trabaja conmigo estaba ahí en ese momento; luego él dijo que fueron unos delincuentes los que hicieron todo, ocultó eso de que yo tuve un colapso nervioso. No sabía qué hacer, no sabía a dónde ir, era noche cerrada y me fui al Puente Grau, a sentarme al borde. Y yo estaba ahí, mirando a los carros pasar, rumiando los detalles de siempre, las cosas que me preocupan, tú sabes, me enferma ver días que se pasen en un suspiro y otros que no tienen cuando acabar. Y de repente Sandra se aparece, con las Vans viejazas esas, tan fresca como siempre---
- Esa huevona siempre ha sido así.
- …y me empieza a hacer un idiota juego de palabras. No me preguntó qué hacía yo ahí, qué casualidad verte aquí, “hace friecito esta noche”, nada de nada. Simplemente las cosas ocurren y ella no le busca explicaciones. Me vio ahí sentado y me pidió que la acompañara a comprar el pan. Ni se inmutó, no preguntó, así es ella. Me imagino que por eso se fue a Trujillo sin demasiado lío, simplemente se le ocurrió y sabe Dios que estará haciendo ahora, vendiendo piedritas a turistas incautos en Huanchaco o de vocalista en una banda de jazz. No tengo la menor idea, y francamente, quisiera que no me importara. Pero me importa. Esa noche, en el Puente Grau, ella estaba medio horneada, creo, siempre parece estar horneada, como si en su casa el humo de la cocina trajera macoña, alguna vez le dije eso y se cagó de la risa “Has descubierto mi secretísimo secreto para la cena, ahora desconfiarás siempre de mis lomos saltados”.
- Jajaja.
- Y ese día empezamos a dar vueltas por ahí. Le invité unos cigarros, mientras discutíamos la eternidad del zapallo o algo así. No lo recuerdo bien.
- No sólo ella, tú eres un huevón que siempre ha sido así, también. Le sigues el juego a tu BiFFE, te ríes de sus taradeces, y haces peores taradeces con ella. Con razón te jodió que de repente, plaf, desapareciera.
- Sí, pero sabes qué? Esa navidad, yo estaba mal, mal. Y me olvidé de todas esas vainas.
- Sandra, un antidepresivo? Tómelo con moderación.
- Total que acabamos detenidos unas horas porque se metió a cantar en la pileta de la plaza. Te podrá sonar estúpido, pero extraño esos momentos. No por las detenciones, los lomos saltados o esas cosas… No sé. La pasábamos bien.
- Classic Sandra. Oh, una débotchka con los grudos bien jorjochós, jeje.
- El trago siempre se te sube rápido, no?
- Mis yarboclos en tus glasos, no podrías videar nada, druguito mío.

Quizás la sonrisa de Javier tenía más que ver con el alcohol que con otra cosa, pero eso no contaba tanto. Hace tiempo Antón sospechaba que este idiota se hacía el borracho, sólo para poder hablar con más calma. El sueño empieza a ganarle y Antón decide dejar el resto de recuerdos para mañana, envolviéndose en las sábanas. De repente, el timbre de la puerta suena nuevamente. “Seguramente Javo se ha olvidado de algo o se ha arrepentido o quiere más alcohol, bueno, a fin de cuentas es lo mismo”, piensa Antón, algo irritado porque parece que ya no dormirá. Se levanta de la cama con pereza, mientras el sonido del timbre se repite, insistentemente. Ve la botella a la mitad en la sala y la lleva a la puerta. “Este ebrio de porquería se desespera por este licor de tres al medio, no escuchó ni la primera letra de lo que le dije en cuanto a sus sueños”. Al abrir la puerta, se queda frío. No es Javier.

- Epa, Antón, parece que alguien empezó la fiesta temprano.
- …
- No sólo eso, encima con el pijama puesto? Jajaja, Oye, ojalá no hayas estado tomando del pico… Le das un significado completamente nuevo al término “pijama party”. Saca un vaso más, would you? Gracias, gracias.
- Sandra.
- Ajam, así me llamó mi mami. Por el cantante, ya sabes. O por la arena, mamá siempre da datos contradictorios cuando hay trago de por medio. Una compra vino en plan cumpleaños feliz y mami aprovecha para recordarte que tu nombre lo eligió a la mitad de una fiesta hippie.
- Qué haces aquí? Cuándo has llegado a Arequipa? Qué pasó con tu celular?
- Ahora, aparentemente, me uno a una fiesta unipersonal. Qué están celebrando, ah? Me crucé con Javier en la puerta. Qué fue de ese vaso?
- Pueden ser dos fiestas unipersonales con un vaso. Mejor pico nomás.
- Dios, Cabo Blanco? Como puedes tomar esta cosa?
- La botella ni siquiera es mía!
- Dos fiestas unipersonales… Convirtámoslas en un duet.
- Let’s duet.
- Esa peli es pajita. Trae el vasoooooo. No te imaginas la de cosas que tengo que contarte.
- Eres una sinvergüenza. Anda a la sala, espera un toque que me cambio. Tenemos que hablar.

Antón se sorprende de la naturalidad con la que actúa. La naturalidad de los dos. No se han visto en meses, y sin embargo el diálogo fluye como antaño, tal vez más por la voluntad de ella, o la complicidad de él, pero corre. Empieza a cambiarse, mientras algunas ideas se le vienen a la cabeza. “Qué frescura de esta mongolita. Si se hubiera desaparecido diez días, seguro me diría lo mismo ‘La de cosas que tengo que contarte’, y empezaría acelerada a hablar de cada detalle estúpido de su vida, haciendo nulo caso de mis preguntas, y contándome sólo lo que le parece más gracioso contar. Lo peor de todo, yo le hago caso y es como que todo fuera correcto. Anda a saber cuantas versiones distintas de la misma historia voy a escuchar los siguientes días. Pero por lo menos, está aquí. Está aquí y---”. Los pensamientos de Antón son interrumpidos por el sonido del inodoro, acompañado de la risa estentórea y algo gangosa de Sandra. “Y encima, esta cojuda se caga de la risa y… Y es como que nos hubiéramos despedido ayer, en cierto modo, que simplemente se fue un toque, pero ya está aquí”. Antón va buscando vasos en la cocina. De repente, se pregunta “El que yo le haga caso, es lo peor de todo, o lo mejor de todo?” Se queda parado, la mente en blanco. “No acabo de decirle a Javier lo que extrañaba estos momentos…? Por qué persisto en… En…”

Sandra entra a la cocina.

- No hay vasos limpios, no? Jajaja, yo lavo.
- …
- Hey, por qué te quedas callado?
- Sand-rex.
- Qué?
- Sand-rex nomás.
- Así no me puso mi mami, así sólo tú me dices. Y por cierto, sólo dices eso cuando quieres decir otra cosa y te mariconeas.
- Sep.
- Te conozco como la sucia palma de mi sucia mano. Ahora, dónde dejaste el Sapo-sapo-sapo-sapolio? De paso que aprovecho para limpiarme un poco, Veinticuatro horas en un bus de Travel Brothers o algo así me han dejado malaza.
- Busca detrás de esos platos.

Antón va a la sala, mientras Sandra empieza a cantar a voz en cuello una canción desconocida para él, aunque va con algo de haber visto elefantes, reyes, o Perú (?). No encuentra el ron por ninguna parte, pero un olor lo dirige al baño. El contenido completo de la botella se ha ido por el inodoro. “Estos momentos.” Suelta un suspiro.

- Oye, botaste el ron de Javier?
- Sí, la verdad es un asco.
- Y qué vamos a tomar ahora?
- Sana, purificada y quizás pasteurizada agua de caño, choche.
- Cuántos años nos conocemos?
- Seis? Siete?
- No, pero de verdad pues.
- Dos o tres.
- En estos dos o tres años, te parece que yo considere un acto de buen gusto tirar por el inodoro el ron?
- Bueno, tú lo botas de todos modos por el inodoro, quizás unas horas después de tomarlo, quizá aderezado con lo que hayas comido más temprano, pero es lo mismo.
- Ay, Dios. Nunca cambias tus chistes viejos, no?
- Chapa tu agua nomás. Y espero que tengas listas las orejas, que la historia de mi vida en Trujillo es un ca-gue-de-ri-sa. Como cualquier buen drama, creo que el final---
- No, espera.
- Espero? Espero qué? No estabas acosándome a preguntas? “Dónde estabas, qué fue de tu cel, has engordado” etc.
- Sand-rex.
- Qué?

Han entrado al cuarto de Antón, y ambos están sentados en la cama, cama cuyas costuras en la sábana, mal remendada, no consiguen ocultar cantidad de agujeros sobre la superficie marrón. Uno de estos agujeros es cubierto por el vaso que Antón acaba de dejar encima, mientras Sandra lo mira, intrigada, pues nadie ha dicho nada desde el “Qué?”. Mirando los ojos de Sandra, Antón evita pensarlo diez, veinte, cien veces, cosas tan frecuentes en él. Evita pensar un infinito número de veces, y la mano que antes sostenía un vaso, vaso que ahora cubre un agujero en su cama, cama en la que están los dos sentados con una botella de agua sacada directamente del caño en el que otra mano hace unos minutos se limpiaba pero ahora está apoyada en el borde de madera, con un temblor tan leve que sería imposible de notar para nadie que no sea Antón, cuya mano ahora coge suavemente el rostro de Sandra, sorprendiendo a ambos, que permanecen en silencio, valga recordarlo, sobre agujeros marrones, ligeramente destendidos, pues Antón acababa de ser despertado hace tan solo unos minutos y no le dio tiempo de ordenar nada en su cuarto. Se encuentran en el más perpetuo silencio, silencio que en otras circunstancias Antón compararía a un sueño que le contó un amigo, pero las circunstancias actuales le impiden a Antón pensar en otra cosa que no sea el rostro que momentáneamente está unido a su cuerpo a través de sus dedos y decirse a sí mismo, muy, pero muy bajito “Es real. Esto es lo único real, este momento”. Y tal vez el rostro que se une al cuerpo de Antón a través de sus dedos piensa algo similar, o desea convencerse de la realidad de la situación, pero en vez de fiarse de aquellos apéndices con uñas que tenemos al final de nuestros brazos, elige convencerse [repitamos que es en silencio, aquel silencio que se puede sentir en medio de una multitud a altas horas de la noche, o en una tarde tranquila acompañado del crujir de los muebles], elige convencerse con esa parte de nuestra boca con frecuencia confundimos con la misma, y habría que aclarar se trata tan sólo de la parte exterior, su envoltura carnosa por así decirlo, elige convencerse con los labios, aproximándose a cinco centímetros por segundo a sus iguales en el rostro de Antón, para sorpresa de éstos, que [repitiendo...] se encuentran en silencio porque a veces no hay nada que decir, a veces hablar permanentemente no es comunicarse, a veces se dicen más cosas con los dedos que con las letras, porque diez dedos se encuentran con diez dedos y

- Te he extr---
- Shh. Yo también. Yo también.

Tres: Javier [Foto cortesía de elnoos]



























Ah, ¿por qué vine hoy a tu casa? Bueno, apaga la radio y escucha esto.

Tú sal primero, gritó mi padre, y desapareció en una nube azul antes de que yo pudiera voltear a verlo. Caminaba delante de él, jalándolo con todas mis fuerzas, cuando sus dedos se volvieron polvo en mis manos, y luego, nada más. Yo apenas si pude escucharlo, estaba pugnando por salir de la casa, escuchando el sordo crujir de todas las columnas y techos, acaso un terremoto, pensaba yo momentos después de ser sacudido por él para salir de la cama, pero mil veces más espantoso, el suelo perfectamente quieto, la tierra callada, pero todo viniéndose abajo. Llegué a la calle y pude ver mi casa derrumbándose, colapsando en sí misma, entre el polvo que oscurecía todo y dije, seguramente ahí está mi computadora, seguramente mis hermanos y mis gatos y nunca se enteraron de nada y mi padre y todo lo que he tenido hasta el final de la tarde ahora es ese polvo azul que se me mete en la nariz y se queda en mi pelo. Sí, azul, me di cuenta en ese momento que todo el polvo era azul, ¿no te parece raro? Gritos similares venían de todas direcciones, gritos que no me podían importar menos. Caí de rodillas, jadeante, en la avenida, y la imagen era suficiente para mí. Arequipa estaba envuelta en esa neblina azul desde hace diez minutos y no había ni modo de saber cuando, ni modo de saber donde, pero sabía que era el final para todos. Simplemente lo sabía, ¿me entiendes?

De algún modo yo sabía también que mi casa fue la primera en colapsar, y aún no entiendo bien porqué lo sabía. Siempre es así en estas situaciones, no sabes ni tu nombre, pero sabes qué está pasando, o ni te interesa preguntarte a ti mismo el porqué. No había a dónde ir, así que caminé un poco. Los edificios cercanos eran escombros grises, y pude imaginar los gritos de los amables ciudadanos es en los apartamentos, chillando y gimiendo y quizá rogando convertirse en el polvo azul, los imaginé yendo a dormir luego de ver una serie en la tele o el chavo o una película, y de repente encontrarse con esa cosa inexplicable que había decidido terminarnos, esa cosa oscura y azul que se metía bajo las puertas y en los huecos de las ventanas y removía todo, alteraba todo, destrozaba todo, desaparecía todo. Me acerqué a la torrentera y recién fue en ese momento que noté el silencio. Algo que nunca había escuchado, créeme. Al inicio me pareció haberme quedado sordo, así que grité lo primero que se me vino a la cabeza. Lorena, sonó en la ciudad. Lorena, sólo su nombre y quizá como un efecto tranquilizador, una última vez, Lorena, estoy vivo, grité. ¿En qué momento la ciudad dejó de tener ruidos? O, más correctamente, ¿En qué momento la ciudad dejó de sonar?

La neblina se deslizaba por las calles, unos pasos delante de mí. Siempre me vi a mí mismo tal como todos. Yo como lo más importante de mi vida, claro, perfectamente natural. Alguna vez fantaseé con un escenario como este, en el que todo el mundo empezara a morir o desapareciera sin dejar huella y yo, único, quedara solitario, testimonio de la humanidad en un mundo absolutamente vacío de todo, solamente los edificios, los árboles, los animales. Qué torpe me sentí, qué abandonado me sentí. Triste testimonio de la humanidad, un niño muerto del miedo, un niño sin familia, un niño sin nadie, porque lo único que yo sentía era esa cosa que te da entre las cinco y cinco y media en una tarde cualquiera de marzo en Arequipa, todos sabemos como es eso. Mis pasos me llevaron hasta la Dolores. Siempre había esperado de la desolación algo más que esto. Sí, había un impacto muy real, en ver todo apagado, todo como si un gusano gigante y azul pasara por aquí; pero es casi lo mismo que el árbol que cae en medio del bosque: Si no hay nadie más que tú, nadie más siente la falta de algo. Era asfixiante, tener que cargar con la soledad de toda una ciudad, o acaso un planeta. Totalmente asfixiante… para una sola persona, razoné. Eso fue lo que me ayudó a decidirme, y fui a buscarla. De algún modo Lorena tendría que estar viva. De una manera velada, oculta a la comprensión y a la simple lógica, si yo había sobrevivido, ¿Por qué ella no? ¿Por qué ella no?

No te aburriré con detalles, Antón. Caminé. Corrí. Me desesperé. Temía no encontrarla. Temía de verdad ser el único en este mundo. Temí que de verdad se repitiera la historia, temí afrontar otra vez la certeza de que no exista para mí. Temí que desapareciera de nuevo, pero esta vez para siempre. Temí lo suficiente como para ignorar a nuestra ciudad destruida, la falta de cadáveres e incluso la incesante niebla azul, que parecía seguirme a todas partes.

Por fin, llegué a la casa de Lorena. Durante el camino, en mi imaginación, había agotado todas las posibles formas de no-encontrarla, una casa en escombros, un leve rastro de polvo donde debería estar su cuerpo, la simple ausencia de todo en la casa que tan bien llegué a conocer. La puerta estaba abierta, y me dirigí calmadamente a su cuarto. “Está viva”. “Tiene que estar viva”. Ella estaba sentada sobre su cama, mirándome. Yo sonreí, de medio lado, de esa forma que le gusta tanto. No había nada que decir. Estaba ahí. Siempre estaba ahí. Entonces, sin darme cuenta (y, mira, yo ya debería haberlo entendido en ese momento, las pistas estaban por todas partes, tú que escuchas mi narración, deberías haberlo deducido ya) acerqué mi mano a su rostro. Se derrumbó en polvo azul, se derrumbó en niebla azul. Sus ojos, sus labios, sus manos, se derrumbaron, y de ella solamente quedó un rastro vagamente oscuro en la habitación. Yo lo había hecho. Yo era lo único que en toda la ciudad había sobrevivido, y era porque yo lo había destruido todo, yo era la destrucción de todo. Es curioso recordarlo ahora.

Grité al despertar, y de cajón desperté a mi viejo, “Qué pasa ah?” Y yo seguía gritando, sin cesar, no plenamente seguro de haber despertado, y no necesariamente seguro de querer dormir nunca más. Era terriblemente simple, terriblemente obvio. En el sueño, yo era el causante de la niebla azul, y no voy a dejar que la niebla azul se ponga ahí, no creo que nadie deba de hacerlo. No hay razón para que los malos hábitos que crecen en ti destruyan tu universo. Por eso salí de la cama, me bañé, me peiné, y vine aquí, Antón. Voy a ir luego a su casa, pero vine primero aquí porque aún tengo miedo de estar soñando. Tengo miedo: qué tal si al besarla nuevamente, desaparece. No, por favor.

- Y esa es la razón por la que me tocaste la puerta, me despertaste a las once de la noche y me obligaste a dejarte pasar?
- Despertarte? Estabas despiertazo oye, seguro mongueando en Internet. Mira, yo hasta traje un ron por si las dudas. Y de obligarte a dejarme entrar? Nada, tú solito empezaste a decirme “Para demostrar que no estás soñando te contaré una historia secreta…”
- Y qué se supone que harás ahora?
- Ahora yo me voy a su casa.
- A la casa de Lore? Y qué vas a hacer?
- Le diré wolis.
- …
- Y no sé. La verdad no sé. El punto es ir.
- …
- Que parco eres a veces, oye. Si fueras una flaca, te diría que eres la parca, a pesar de la posible confusión con la muerte, y esa clase de cosas.
- Anda échate agua helada, Javo. No debería verte en este estado. Si vas a decirle algo… por lo menos que estés algo más presentable, no? Si no, estarás hablando tus huevadas y al final seguro---
- Los sueños, oye, los sueños.
- Qué tienen?
- Nadie sabe qué son, pero ocurren de todos modos. Como el fantasma amor, no crees? Pero lo que acabo de decir te lo podría decir cualquier mocoso de 10 años, me refiero… tú qué crees de los sueños? Nunca me paro a pensar en estas cosas, para eso estás tú.
- En verdad? Un coctel de cosas que vemos en el día, deseo sexual, y las ideas que no nos gusta aceptar. Siempre añádele un poco de vainilla, para disfrazar el sabor. Me parece una estupidez lo que haces, pero en fin. No es como que hubiera alguna prisa, ni nada. No eres la única persona del mundo que sueña algo así. Soledad, supongo.
- Pero eso del coctel lo has sacado de una peli con Charlotte Gainsbourg, no?
- Me encanta esa película. Hay otra de Gondry, el mismo director, Eternal Sunshine of---
- Ah, esa vaina la vi con Lorena.
- Sí? Cuándo?
- Uh… no recuerdo.
- Las fechas lo son todo, sabes.
- No recuerdo. Un festival de esos que arma el cultural de cuando en vez.
- Ahora, otra pregunta. Dónde queda Pablo?
- Preguntas, preguntas, preguntas. Nunca te han dicho que estarías ideal para un remake de “Quién quiere ser millonario?”
- Dónde queda?
- Se ha ido de viaje.
- Qué? Oye, yo estaba hablando con él anteayer por el chat.
- Su vieja le consiguió una beca o algo así.
- No puedo creer que hayas esperado hasta este momento. Y luego vienes, a inventarme una historia más de un sueño que has tenido, y todo simplemente porque tu mejor amigo se quita. Todo lo haces al revés.
- Es nuestro estilo, supongo. Y de mejor amigo…
- Pablo.
- Sí, bueno. No hablamos desde febrero.
- Alguna razón en especial?
- No, la verdad ninguna. Oye, ya tengo que irme pues.
- VayaconDios.
- Godspeed a ti también. Agur.

“Quizás Antón tiene razón… no debería tomar esa cosa” Piensa Javier, pues en la calle cree ver a una mujer caminando cabizbaja idéntica a Sandra, salvo tal vez por la suciedad, la tristeza en el rostro y el cabello tan distinto. Se le hace tarde y apresura el paso, hacia la casa de Lorena.

Dos: Pablo [Play Embedded Video]

Bueno, se fue. Yo también, pero de eso hablaré intermitentemente, si me animo.

Siempre me dio la impresión que a veces Sandra sentía, como la canción de Soft Cell, a veces sentía que tenía que escapar. Irse. Del dolor, las cosas que parecen no ir a ningún lado, al margen de las cosas que pudiera decir. No podía dormir en la noche. Esta mancha que tengo, mis lágrimas, bueno. Ahora sé que ella tenía que irse, pero no por escapar. Alguna vez corrió hacia mí, bueno, ahora corre de mí. Algo así iba esa canción, Tainted Love. Esas mariconadas que les gusta escuchar a ustedes, jaja, el synthpop será pajita y todo, pero eso es full ambiente, ah. Resulta anacrónico escribir cartas así, en épocas de mensajería instantánea y textos del celular, resulta anacrónico colocar las cosas de mi puño y letra, no crees, Lorena? Más aún, a la distancia, esta cosa tardará unos días en llegar, pero así es mejor. Sí.

Un par de cosas.

Sandra se largó sin decir nada, probablemente porque no había mucho que decir. Más allá de un par de ejercicios de Lovecraft en mi cabeza, o pequeñas ideas de secuestro, creo que Sandra se fue porque ya no aguantaba parar entre nosotros. Me siento cagado a veces, pienso que soy el responsable, pienso que de poder retroceder el tiempo, haría todo nuevamente, letra por letra de mis actos, acto por acto en mis letras. Soy malazo para escribir cartas, de cualquier tipo. Recuerdas las noches hueveando por el centro? No habrá pasado sino dos o tres veces, pero qué chévere era, no crees? Naturalmente, eso era antes de que pasara todo lo que ocurrió, todos nuestros egoísmos pequeños, nuestros veranos eternos. Estoy asqueado de eso. Se lo dije a Javier una vez, en Febrero. Estoy asqueado de estar jugando a estos dramitas perpetuos, asqueado de tus intentos de suicidio, asqueado de oír discos de Shakira y pensar en “Quizás de haber tomado otras acciones”. Yo no soy así. No puedo andar mirando de espaldas la vida.

Sí, se lo dije a Javier. Quizá de haber podido despedirse de alguien, Sandra se despediría de Antón; bueno, la única persona que sabía por qué yo me largaba y cuando lo hacía, ese era Javier. Eso equivale a una despedida, no? No es necesario incluir la falsa ilusión del aprecio mutuo, la mentira que resulta de decirle a alguien “Harás eso por tu mejor amigo, no, Javier?”. No, no es necesario, y era algo como eso. “Gothspit” fue lo último que me dijo, antes de quitarme. Creo que es una banda o similar, mira nada más lo poco que se puede ser en la realidad.

A estas alturas, ya debes estar preguntándote, “Y por qué mandar una carta?”, bueno, mujer, eso es porque hay cosas que uno es muy marica para decir cara a cara. Además, tú no me hablas desde hace no sé cuantos meses, por razones que quizá ya quedaron expuestas en el primer párrafo. Y finalmente, y quizá esto es lo más importante, porque esta carta es una especie de complemento a cierta carta de la que supuestamente yo no sabía nada, una carta tuya, de hace un par de años, una que quizás empezaba con “Pasado mañana es navidad”. La recordarás? Siempre fuiste buena para esos dramas, Lorena. Dramas, dramas, dramas. Uno se siente forzado, obligado a participar en tus simulacros. Cómo te animará esto, cómo, hacerte partícipe de algo que tu piensas que ya has cerrado, o quizás… No lo sé. Creo que en verdad nunca pude entenderte.

“Hay mucha arena por aquí”. Así era el primer mensaje de texto que yo recibí, en marzo. No lo comprendí, estaba muy metido en mí mismo en esos días. Una chica había terminado conmigo hace menos de un mes, y ya sabes lo que opino de esas situaciones, cómo es que se deben curar esas cosas. Por eso, no entendí el mensaje de texto, lo leí y no le di importancia, porque parecía que iba dirigido a otra persona, tan breve y aparentemente parte de una cadena de mensajes de esos que se envían cada dos minutos, una conversación estúpida por sms, ya sabes cuanto las detesto. Unos dos días después, otro, del mismo número “Revisa si existe una estrella llamada Spica”. Aquí recién me interesó el asunto, y revisé el código del número: 0199… Lima. Puedes creerme o no, pero me puse a investigar. En realidad son dos estrellas… No sé ni porqué te digo estas cosas. Le mandé un sms de vuelta: “Son dos estrellas, están en Virgo. Por cierto, quién te dio mi número?”. No me respondió. Llamé un par de veces, y era el celular de un tal Andrés, que negó por completo haberme mandado mensajes o haber recibido los míos. Lo dejé ahí, probablemente era una broma infantil y, como no volví a recibir nada de ese número, me olvidé del asunto.

Hace un mes recibí el tercer y último mensaje. “Las cosas no están bien. Spica no es real, o tal vez sí, pero no la que yo pensaba”. Este mensaje llegó de Internet, pero de todas maneras llamé al número que tenía, la única “pista” que tenía. El tal Andrés contestó, y esta vez le dije que se dejara de tonterías [Quizá se lo dije en un lenguaje algo más fuerte]. Apenas yo mencioné lo de la estrella, él me dijo, muy calmadamente “Seguramente era más como Plutón y Caronte” y me apagó el celular. Yo, no entendí nada en ese momento, y lo que luego creí entender tal vez no sea precisamente lo que él quiso decir. Siempre es así, no te parece? Divorcio entre las letras que se dicen y las letras que se entienden, tú me enseñaste esas vainas. Le mandé otro mensaje amenazándolo, para que se dejara de tonterías [Nuevamente, con otras palabras]. Y quizás no habría entendido nada jamás y el tema no habría pasado de ser una anécdota rara que nunca llegas a contar a nadie porque no tiene el menor rastro de lo que podríamos llamar “interesante”, si no fuera porque Sandra llamó un día después. Era un número de Trujillo, cosa inexplicable, francamente, y yo sólo respondí sus preguntas: Ya no quería saber nada de nada con ella. Que hiciera de su vida lo que desee, tal como alguna vez me dijo, “No es mi problema, no más, al menos”.

Me preguntó si estaba bien, si seguía en la ciudad, cómo estábamos todos.

Y luego, nada de nada, se quedó callada. Qué raro en ella, siempre hablando hasta por los codos. El incómodo silencio de siempre, acechando en cada giro de una conversación telefónica, no? Jajaja. Si esto fuera un teledrama mexicano yo debería haberle dicho otra cosa, enrostrarle todo lo que pasó, y finalmente, putearla como es debido, por largarse así, precisamente en el momento. En cambio, lo único que hice fue preguntarle qué era lo que iba a hacer ahora. “Escapar”, contestó antes de colgar, y eso fue lo último que supe de ella.

Por eso digo, “Bueno, se fue”.

Qué importancia puede tener este hecho trivial? Por qué una carta que te envío, a tanta distancia, y que me va a salir un ojo de la cara, acaba siendo una especie de charla trivial sobre una amiga en común? Seguro ya lo notaste, y es que de trivial nada, no? Jajaja. Sí, siempre se me hace complicado hablar de cosas así. Por eso, te digo, no me arrepiento de las cosas que hago. Me arrepiento de lo que ocasiono, Lorena.

Volviendo a lo otro. A la segunda cosa de este par de cosas. Mi mejor amigo, sí, mi mejor amigo. Con una lógica similar, debería hacer una larga lista a la mexicana, insultarte o algo. No, la verdad, no. Un poco más brevemente, ese tampoco es un tema que me concierna ya. Tampoco te engañaré con la máscara de la madurez o cosas así, porque nos hemos hecho daño, y si me pongo a colocar en una balanza quién lastimó más a quién sería la historia de nunca acabar.

Naturalmente tu carta iría en esa balanza. Tu miedo a mí, tu temor a mí, tu conformismo conmigo. Con esta máscara de la madurez puesta, podría decir “Simplemente pensabas en ti y en el dolor que sentías, lo que te hacía sufrir”. Sin la máscara, pues, decirte, devolviste el dolor, y muy bien.

En verdad, si esta fuera una producción de Televisa, nadie quedaría bien parado, todos encajarían fácil, fácil, en el papel de la mala. Pero todos perciben la fiesta como les fue en ella, no? Me pongo en el lugar de otros, y supongo que cada quien interpreta la realidad a su antojo. Tienen derecho. Eso no cambia la opinión que yo tenga de cada quién. Eso no cambia la opinión que yo me haya podido formar, luego de tantos años conociéndolos, compartiendo tantas cosas, participando en esta fiesta. Porque, una fiesta es, al fin y al cabo.

Sólo un pensamiento más. No creas que yo ignoro todo el concepto que te habrás hecho de mí, que se habrán hecho de mí. Del mismo modo en que tú no ignoras las ideas que tengo de ti, lo que Javier sabe de primera mano que opino de él. Quizá al irme [Escapar sería la palabra de Sandra, pero yo detesto el drama] él pensará que su idea de degradación, encarnada en mí, desaparecerá. Nada más gracioso que saber que será peor sin mí cerca.

Y no estoy cerca. Oye, hay mucha nieve por aquí.

Pablo



Uno: Sandra [Play full song here]


Vamos (versión radiograbadora) - Moon Over Soho

El motor sufre en cada cuesta empinada, las ruedas gimen en cada curva y la carrocería canta en cada bache. El bus está repleto de personas, maletines sobre sus cabezas que amenazan con caerse encima de ellos a cada segundo. En uno de los asientos delanteros un bebé llora en los brazos de su madre, que rápidamente tapa su boca y mira brevemente si su esposo sigue durmiendo. Una anciana habla en sueños, probablemente recordando algún pedazo de vida, las dificultades de mirar siempre al futuro de espaldas. El conductor lleva diez horas al volante, y espera encontrar un restaurante pronto para poder llenar el estómago.

En el asiento 26 [ventana], una chica mira por la [ventana]. La mirada en sus ojos, alguna vez decidida y animosa, se encuentra apagada. Sonríe cada cierto tiempo, sin saber muy bien porqué. Algunos pensamientos cruzan por su mente.

Sandra imagina el choque metálico de las ruedas de un tren con los rieles de una inexistente vía férrea. Imagina también una canción que fuera de acuerdo al sonido, digamos, I've seen it all, Selma Ježková singing con Thom Yorke, ah, You haven't seen elephants, kings, or Peru, I'm happy to say I had better to do. Apoya su cabeza en el sucio cristal de la empresa Familia Viajes S. A. y vuelve bruscamente a la realidad. No consigue darle el menor toque romántico a su situación actual: Sin dinero, sin ropa limpia, sin la certeza de un lugar a donde ir. Vendría a ser una comedia idiota, cree.

Ha tomado un bus de una empresa que accedió a llevarla por cuarenta soles a Arequipa. Por el servicio brindado, no debería pagar ni veinte, pero no tiene mejores opciones. Probablemente tarde más de 24 horas, amén de gente recogida en el camino y cena junto a la carretera [cena que no pagará], pero a pesar de ello se siente terriblemente afortunada de haber encontrado un asiento vacío. Fuerza a su mente a encontrarle algún sentido a lo que está haciendo en este preciso instante, y su mente no se permite apoyarla. Andrés, oh, Andrés, fue suficiente tipo como para pagarle un pasaje de Trujillo a Lima, e incluso quiso darle algo de dinero; dinero que ella rechazó de plano. Una vez en Lima, tuvo que encontrar el modo de tomar un carro que la lleve hasta Arequipa. No ha llamado a nadie. Ni a su madre, ni a sus amigos. Nadie tiene idea de dónde está, y la vergüenza y el miedo se confunden en ella. Ya en Arequipa, se sentirá mejor. Espera sentirse mejor.

Despierta en algún momento de la noche [se ha prometido mantener el celular apagado desde hace unos días, así que no tiene manera de saber la hora] y el recuerdo es suficiente. El recuerdo, se dice.

El recuerdo en la playa, o en el cine, o en la plaza, o en tantos lugares de Trujillo. Mira por la ventana y puede ver algunas estrellas dispersas sobre ese cielo solitario [tal vez sean las nubes], el mar rompiendo en las rocas, a tantos metros bajo el bus. Busca una constelación familiar y, luego de unos minutos, acepta que no podrá encontrarla. Empieza a hablar en voz baja, temiendo despertar a la señora echada a su lado.

- Imposible de reconocer a las Spica. Seguramente era cosa del momento, la iluminación, floro barato que se dice en la noche junto al muelle, y esa clase de cosas, Andrés señalaba y quizá...

The apparent brightness is deceptive, however, as Spica actually consists of two stars very close together (a mere 0.12 Astronomical Units apart) that orbit each other in slightly elliptical paths with a period of only 4.0145 days, which makes them difficult to study individually. Both are blue class B (B1 and B4) hydrogen-fusing dwarfs (the brighter nearing the end of its stable lifetime), making Spica one of the hottest of the first magnitude stars...

- ... Quizá Spica ni siquiera eran estrellas reales, al margen de lo que alguien más pueda decirme. Ni tan reales como verle el rostro y decirle "Andrés, sabes qué, me regreso a mi ciudad, esto se acaba aquí, ya no me llames". Estúpida de mí. Pero siendo algo honesta con él, bueno, pues justamente esa era la verdad: Metidaza de Pata, Sand-rex. Jeje, de nuevo a lo de siempre. Justificarme patéticamente al aire, como si hubiera la menor razón, como si de verdad me doliera decir "sí, unos capítulos o unas líneas en mi vida". Cinco o seis meses. Mis tobillos me duelen. La... subordinación? Así se dice? Subordinación de lo físico a lo espiritual: Nadie tiene una bonita historia que contar cuando no ha almorzado, no puedo disculparme al aire si me duelen los pies. Hey, señora, usted qué opina?

La anciana duerme intranquilamente a su lado, murmurando de vez en cuando "La pava, la pava".

- Sí, la pava, seguramente la pava. La pava de Sandra, querrá decir usted. La pava que se aleja de Huanchaco y ese transcurrir de los días tan maravilloso que duró un día, o quizá menos.

Suelta un suspiro y se acurruca un poco en el asiento, abrigándose en la polera. El último rastro de pelo teñido desapareció hace unas semanas, con el último corte de pelo, pero utiliza un gorro de todas maneras; gorro que viene bastante útil para compensar el frío de mierda de la Panamericana Sur a estas horas de la noche. Por la ventana puede ver los postes de electricidad, que parecen pasar uno tras otro, mostrándole, a intervalos regulares, su rostro inexpresivo en la ventana.

- Los postes pasan uno tras otro. Una metáfora del tiempo; son los postes pasando, idénticos entre sí, comparables al pasar de los días? Para la tipa dentro del bus, es así, pero se olvida que ella es la que está pasando, dejando atrás los postes. Idénticos, pero sólo porque los deja pasar [Porque los pasa]. Es lo mismo con los días, solamente se te hacen idénticos cuando los dejas pasar. Seguramente si me detuviera a ver uno, si me bajara, vería con detalle lo maravilloso de cada día [poste]. Ja. Pensar esas huevadas están bien para Antón, supongo. A mí me aburren.

Antón. Siempre que se pone a pensar cosas que tengan que ver con el tiempo, o con los postes, eventualmente ese nombre llega a su cabeza. Antón, Antón, el tiempo que enloquece a Antón. Cuando Sandra no regresó al cabo de una semana, Antón llamó. Llamó, llamó. Ella envió un escueto mensaje de texto. "Estoy muy bien, satisfecha y tranquila con mi vida. Traeré regalos cuando vaya de visita". Antón no respondió.

- Cuántas llamadas perdidas y nadie te avisó, Antón. Mira para lo que sirvió el dinero que me diste, mi bolsa de viaje, jaja. No sé porqué me quedé. Palta, miedo, ganas de... no sé. Aunque supongo que... nah, quién puede saberlo. Yo, debería? Oh, Should I stay or should I go, all over again, siempre es así. Debería quedarme o debería irme. So much for hasty decisions, creo. Y por qué demonios pienso en inglés últimamente?

Revisa su libreta de notas "Con la novela que nunca escribiré", y no la sorprende encontrarla vacía. Le sorprende, sí, encontrar un lapicero en un bolsillo. Anota un par de cosas, y cierra los ojos.

Sandra duerme profundamente el resto del viaje. Unas horas después, baja del bus, una máscara sin expresión cubriéndola, protegiéndola; al fin ha llegado a Arequipa. Revisa su bolsillo.

- Un clip que lleva hace no sabe cuanto tiempo.
- Una libreta de notas que quizás tiene el mismo tiempo, completamente vacía. Bueno, casi completamente, ahora tiene unas líneas encima.
- Celular [apagado]
- Dos soles con sesenta céntimos, para poder pagar un pasaje de combi y quizás comer algo.

Se detiene en la puerta del Terminal Terrestre, y mira a los carros pasar, rumbos distintos, posibilidades distintas. Es tal vez el fin de la tarde, pero no hay modo de saberlo, ya que la ciudad está debajo de una espesa neblina vagamente azul. Se sienta en la vereda por unas horas, ajena a palabras ajenas o pensamientos propios, mirando la noche pasar por delante.

Empieza a cantar.

En un rincón, la monotonía esconde mi desquiciada risa, perdida entre la brisa de una tarde; atraviesas mi ventana, ruedas por la cornisa, me sujetas al vacío de una calle sin salidas, porque nuestro mayor secreto es tan complejo como la fantasía, se termina tan deprisa, inventándome un absurdo juego desde el fondo de tus viejas heridas, cautivas por el tiempo y el silencio que lastima. Entre las hojas enmohecidas de un viejo libro duermes, agoniza el día, despiertas y no hay mayor desidia que robarte una sonrisa y huir a escondidas de un árbol que descalzo te recuerda, te confronta, y dice en secreto: Sé tú. Nuestro mayor secreto es tan complejo como en sueños y escapas tan deprisa inventándome un absurdo juego sin final.

Termina. Hay algunas monedas tiradas a sus pies. Las coge del piso y se las entrega a la primera mendiga que ve por la calle. La mujer agradecida, le dice “Dios te bendiga”. “Y a usted también”, responde Sandra.

Mata la noche sentada en una banca, garabateando en su libreta letras de canciones, poemas varios y, finalmente, un nombre repetido una y otra vez. “Mis palabras te atan”, se dice satisfecha, cuando el lapicero deja de escribir. La gente en la calle parece saber dónde va, subiendo y bajando de autos, entrando y saliendo de restaurantes, tomándose de la mano, yéndose una y otra vez. No se ve lo absurdo de la existencia humana sino cuando se le puede ver repetido tantas veces en rostros diferentes, que terminan siendo uno solo. Haciendo cosas sin querer o queriendo. En ideas de este tipo deja pasar el tiempo.

“Otra vez el tiempo”, se dice. Sabe que quizás sólo haya una persona a quién decirle todo esto. A quien contarle de las dificultades, de la desazón, de la incompresión, de la tranquila resignación, de tener tantos años y saber que no se ha hecho nada con la vida… y que esto no importe. Y tal vez…

Empieza a caminar por un sendero que conoce bien. Cabizbaja, se cruza con un amigo que no alcanza a reconocerla, o eso le parece. Cansada, mira la puerta de madera, a la vez que revisa su libreta, con un discurso cuidadosamente preparado y estudiado toda la noche.

Sonríe, arrepintiéndose y regresa sobre sus pasos. Deja la libreta y el discurso entre las hojas, sin saber si volverá o no por ella. Ha decidido obviar eso, y simplemente…

Toca la puerta de la casa de Antón.

- Epa.