sábado, setiembre 12, 2009

Cuatro: Antón [Moon Over Soho - Colores]



Antón se echa en su cama y recapitula un poco las cosas que estuvo hablando con Javier hace unos minutos, antes de que Javier se fuera, Javier con la sonrisa en el rostro, sonrisa que en verdad no tiene el menor fundamento… pero se necesitan razones para sonreír?

- Para demostrarte que no estás soñando, te contaré una historia secreta.
- Secretísima. Un secreto se acaba apenas lo cuentas.
- De Sandra. De su viaje.
- Bueno.
- Pasada una semana desde que se fue en Febrero, la llamé un par de veces. Como no volvía yo estaba preocupadazo, le di plata apenas para un par de días, justamente para que volviera rápido, sea lo que fuera que fue a hacer.
- Un toque. Últimamente todo el mundo me toma de confidente, se puede saber por qué?
- Ni idea, Javo. Supongo que tienes cara confiable, cara buena, o cara de huevón, da igual. O porque olvidas muy rápidamente lo que se te dice. Aparte tú viniste aquí con ganas de realidad, bueno, aquí tienes realidad. A algunas personas el tiempo---
- Ya. Bueno, y no contestó?
- Lo hizo, un sms cortito. Que estaba satisfecha con su vida, que todo le iba bien…
- Asu.
- Obviamente no creí ni la primera letra. No me dijo ni siquiera para qué diablos se iba hasta Trujillo, simplemente que a veces se tiene que ser espontánea, y huevadas así. No te mentiré, el mensaje me cayó mal. Pero pensándolo con calma, si todo le iba bien en otra ciudad, sólo me podía imaginar que acá todo le iba mal… y en fin, cada quién hace su vida, no? Son sus decisiones, me dije.
- Te sirves un poquito de ron? Mira que compré una botella de más y no puedo tomar demasiado…
- Guárdala para otro día, para ti. No me vacila esa cosa que compras.
- Ok. Y, entonces se puede saber qué pasa? Ya pues, se fue, yo como de costumbre me entero recién cinco meses después a dónde fue, y…?
- Bueno, no le respondí nada, luego del sms. No sé. Me quedé callado. Ella se quedó callada. Disfrutar el silencio, entiendes? De vez en cuando, mi celular sonaba, era un número oculto. De vez en cuando, el suyo sonaba, un número oculto. Ni idea.
- Ah, el jueguito idiota de las timbradas de números ocultos. Pero fácil el que te timbraba a ti era ese pata que chambeaba contigo el año pasado, ese que te decía Anthony, mientras torcía los ojos, mariconazo.
- A propósito… una navidad estábamos lateando por el centro, te conté? Yo estaba cagadazo, había botado las computadoras en la chamba, ese huevas que trabaja conmigo estaba ahí en ese momento; luego él dijo que fueron unos delincuentes los que hicieron todo, ocultó eso de que yo tuve un colapso nervioso. No sabía qué hacer, no sabía a dónde ir, era noche cerrada y me fui al Puente Grau, a sentarme al borde. Y yo estaba ahí, mirando a los carros pasar, rumiando los detalles de siempre, las cosas que me preocupan, tú sabes, me enferma ver días que se pasen en un suspiro y otros que no tienen cuando acabar. Y de repente Sandra se aparece, con las Vans viejazas esas, tan fresca como siempre---
- Esa huevona siempre ha sido así.
- …y me empieza a hacer un idiota juego de palabras. No me preguntó qué hacía yo ahí, qué casualidad verte aquí, “hace friecito esta noche”, nada de nada. Simplemente las cosas ocurren y ella no le busca explicaciones. Me vio ahí sentado y me pidió que la acompañara a comprar el pan. Ni se inmutó, no preguntó, así es ella. Me imagino que por eso se fue a Trujillo sin demasiado lío, simplemente se le ocurrió y sabe Dios que estará haciendo ahora, vendiendo piedritas a turistas incautos en Huanchaco o de vocalista en una banda de jazz. No tengo la menor idea, y francamente, quisiera que no me importara. Pero me importa. Esa noche, en el Puente Grau, ella estaba medio horneada, creo, siempre parece estar horneada, como si en su casa el humo de la cocina trajera macoña, alguna vez le dije eso y se cagó de la risa “Has descubierto mi secretísimo secreto para la cena, ahora desconfiarás siempre de mis lomos saltados”.
- Jajaja.
- Y ese día empezamos a dar vueltas por ahí. Le invité unos cigarros, mientras discutíamos la eternidad del zapallo o algo así. No lo recuerdo bien.
- No sólo ella, tú eres un huevón que siempre ha sido así, también. Le sigues el juego a tu BiFFE, te ríes de sus taradeces, y haces peores taradeces con ella. Con razón te jodió que de repente, plaf, desapareciera.
- Sí, pero sabes qué? Esa navidad, yo estaba mal, mal. Y me olvidé de todas esas vainas.
- Sandra, un antidepresivo? Tómelo con moderación.
- Total que acabamos detenidos unas horas porque se metió a cantar en la pileta de la plaza. Te podrá sonar estúpido, pero extraño esos momentos. No por las detenciones, los lomos saltados o esas cosas… No sé. La pasábamos bien.
- Classic Sandra. Oh, una débotchka con los grudos bien jorjochós, jeje.
- El trago siempre se te sube rápido, no?
- Mis yarboclos en tus glasos, no podrías videar nada, druguito mío.

Quizás la sonrisa de Javier tenía más que ver con el alcohol que con otra cosa, pero eso no contaba tanto. Hace tiempo Antón sospechaba que este idiota se hacía el borracho, sólo para poder hablar con más calma. El sueño empieza a ganarle y Antón decide dejar el resto de recuerdos para mañana, envolviéndose en las sábanas. De repente, el timbre de la puerta suena nuevamente. “Seguramente Javo se ha olvidado de algo o se ha arrepentido o quiere más alcohol, bueno, a fin de cuentas es lo mismo”, piensa Antón, algo irritado porque parece que ya no dormirá. Se levanta de la cama con pereza, mientras el sonido del timbre se repite, insistentemente. Ve la botella a la mitad en la sala y la lleva a la puerta. “Este ebrio de porquería se desespera por este licor de tres al medio, no escuchó ni la primera letra de lo que le dije en cuanto a sus sueños”. Al abrir la puerta, se queda frío. No es Javier.

- Epa, Antón, parece que alguien empezó la fiesta temprano.
- …
- No sólo eso, encima con el pijama puesto? Jajaja, Oye, ojalá no hayas estado tomando del pico… Le das un significado completamente nuevo al término “pijama party”. Saca un vaso más, would you? Gracias, gracias.
- Sandra.
- Ajam, así me llamó mi mami. Por el cantante, ya sabes. O por la arena, mamá siempre da datos contradictorios cuando hay trago de por medio. Una compra vino en plan cumpleaños feliz y mami aprovecha para recordarte que tu nombre lo eligió a la mitad de una fiesta hippie.
- Qué haces aquí? Cuándo has llegado a Arequipa? Qué pasó con tu celular?
- Ahora, aparentemente, me uno a una fiesta unipersonal. Qué están celebrando, ah? Me crucé con Javier en la puerta. Qué fue de ese vaso?
- Pueden ser dos fiestas unipersonales con un vaso. Mejor pico nomás.
- Dios, Cabo Blanco? Como puedes tomar esta cosa?
- La botella ni siquiera es mía!
- Dos fiestas unipersonales… Convirtámoslas en un duet.
- Let’s duet.
- Esa peli es pajita. Trae el vasoooooo. No te imaginas la de cosas que tengo que contarte.
- Eres una sinvergüenza. Anda a la sala, espera un toque que me cambio. Tenemos que hablar.

Antón se sorprende de la naturalidad con la que actúa. La naturalidad de los dos. No se han visto en meses, y sin embargo el diálogo fluye como antaño, tal vez más por la voluntad de ella, o la complicidad de él, pero corre. Empieza a cambiarse, mientras algunas ideas se le vienen a la cabeza. “Qué frescura de esta mongolita. Si se hubiera desaparecido diez días, seguro me diría lo mismo ‘La de cosas que tengo que contarte’, y empezaría acelerada a hablar de cada detalle estúpido de su vida, haciendo nulo caso de mis preguntas, y contándome sólo lo que le parece más gracioso contar. Lo peor de todo, yo le hago caso y es como que todo fuera correcto. Anda a saber cuantas versiones distintas de la misma historia voy a escuchar los siguientes días. Pero por lo menos, está aquí. Está aquí y---”. Los pensamientos de Antón son interrumpidos por el sonido del inodoro, acompañado de la risa estentórea y algo gangosa de Sandra. “Y encima, esta cojuda se caga de la risa y… Y es como que nos hubiéramos despedido ayer, en cierto modo, que simplemente se fue un toque, pero ya está aquí”. Antón va buscando vasos en la cocina. De repente, se pregunta “El que yo le haga caso, es lo peor de todo, o lo mejor de todo?” Se queda parado, la mente en blanco. “No acabo de decirle a Javier lo que extrañaba estos momentos…? Por qué persisto en… En…”

Sandra entra a la cocina.

- No hay vasos limpios, no? Jajaja, yo lavo.
- …
- Hey, por qué te quedas callado?
- Sand-rex.
- Qué?
- Sand-rex nomás.
- Así no me puso mi mami, así sólo tú me dices. Y por cierto, sólo dices eso cuando quieres decir otra cosa y te mariconeas.
- Sep.
- Te conozco como la sucia palma de mi sucia mano. Ahora, dónde dejaste el Sapo-sapo-sapo-sapolio? De paso que aprovecho para limpiarme un poco, Veinticuatro horas en un bus de Travel Brothers o algo así me han dejado malaza.
- Busca detrás de esos platos.

Antón va a la sala, mientras Sandra empieza a cantar a voz en cuello una canción desconocida para él, aunque va con algo de haber visto elefantes, reyes, o Perú (?). No encuentra el ron por ninguna parte, pero un olor lo dirige al baño. El contenido completo de la botella se ha ido por el inodoro. “Estos momentos.” Suelta un suspiro.

- Oye, botaste el ron de Javier?
- Sí, la verdad es un asco.
- Y qué vamos a tomar ahora?
- Sana, purificada y quizás pasteurizada agua de caño, choche.
- Cuántos años nos conocemos?
- Seis? Siete?
- No, pero de verdad pues.
- Dos o tres.
- En estos dos o tres años, te parece que yo considere un acto de buen gusto tirar por el inodoro el ron?
- Bueno, tú lo botas de todos modos por el inodoro, quizás unas horas después de tomarlo, quizá aderezado con lo que hayas comido más temprano, pero es lo mismo.
- Ay, Dios. Nunca cambias tus chistes viejos, no?
- Chapa tu agua nomás. Y espero que tengas listas las orejas, que la historia de mi vida en Trujillo es un ca-gue-de-ri-sa. Como cualquier buen drama, creo que el final---
- No, espera.
- Espero? Espero qué? No estabas acosándome a preguntas? “Dónde estabas, qué fue de tu cel, has engordado” etc.
- Sand-rex.
- Qué?

Han entrado al cuarto de Antón, y ambos están sentados en la cama, cama cuyas costuras en la sábana, mal remendada, no consiguen ocultar cantidad de agujeros sobre la superficie marrón. Uno de estos agujeros es cubierto por el vaso que Antón acaba de dejar encima, mientras Sandra lo mira, intrigada, pues nadie ha dicho nada desde el “Qué?”. Mirando los ojos de Sandra, Antón evita pensarlo diez, veinte, cien veces, cosas tan frecuentes en él. Evita pensar un infinito número de veces, y la mano que antes sostenía un vaso, vaso que ahora cubre un agujero en su cama, cama en la que están los dos sentados con una botella de agua sacada directamente del caño en el que otra mano hace unos minutos se limpiaba pero ahora está apoyada en el borde de madera, con un temblor tan leve que sería imposible de notar para nadie que no sea Antón, cuya mano ahora coge suavemente el rostro de Sandra, sorprendiendo a ambos, que permanecen en silencio, valga recordarlo, sobre agujeros marrones, ligeramente destendidos, pues Antón acababa de ser despertado hace tan solo unos minutos y no le dio tiempo de ordenar nada en su cuarto. Se encuentran en el más perpetuo silencio, silencio que en otras circunstancias Antón compararía a un sueño que le contó un amigo, pero las circunstancias actuales le impiden a Antón pensar en otra cosa que no sea el rostro que momentáneamente está unido a su cuerpo a través de sus dedos y decirse a sí mismo, muy, pero muy bajito “Es real. Esto es lo único real, este momento”. Y tal vez el rostro que se une al cuerpo de Antón a través de sus dedos piensa algo similar, o desea convencerse de la realidad de la situación, pero en vez de fiarse de aquellos apéndices con uñas que tenemos al final de nuestros brazos, elige convencerse [repitamos que es en silencio, aquel silencio que se puede sentir en medio de una multitud a altas horas de la noche, o en una tarde tranquila acompañado del crujir de los muebles], elige convencerse con esa parte de nuestra boca con frecuencia confundimos con la misma, y habría que aclarar se trata tan sólo de la parte exterior, su envoltura carnosa por así decirlo, elige convencerse con los labios, aproximándose a cinco centímetros por segundo a sus iguales en el rostro de Antón, para sorpresa de éstos, que [repitiendo...] se encuentran en silencio porque a veces no hay nada que decir, a veces hablar permanentemente no es comunicarse, a veces se dicen más cosas con los dedos que con las letras, porque diez dedos se encuentran con diez dedos y

- Te he extr---
- Shh. Yo también. Yo también.

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