sábado, setiembre 12, 2009

Cinco: Lorena [Créditos de la imagen a vofan]

“Entonces ella lo llamó y le dijo, no he dejado de pensar en ti en todo este tiempo”.

Lorena está escribiendo en su computadora, eterna insomne. Una chalina la protege del frío en la ciudad, potencialmente asesino a esta hora “Potencialmente asesino como todos”, piensa. Tiene un sobre manila sobre la cama, y sonríe pensando en las posibles permutaciones que el idioma le permite. “Un sobre sobre la cama de mi sobrino, sobrando de un sábado sobria”. Considera brevemente incluirlo en su historia, pero lo desecha por facilista. El sobre ha llegado en la mañana, con su nombre escrito encima y una caligrafía que pudo reconocer con facilidad, a pesar de tanto tiempo sin ver esa letra, cuadrada y sin gracia. Lo ha enviado Pablo, desde una ciudad de nombre impronunciable, en Alemania. En otra época, Lorena, ávida por saber de la vida en Europa, habría devorado el contenido del envío, presumiendo de las postales con sus conocidos, memorizando cada detalle que pudiera verse interesante o exótico. En otra época, pues Lorena está desde hace varias horas balanceando la posibilidad de quemar el sobre sin abrirlo. Tal como quemó todas las cosas que le recordaran a Pablo, la pulsera, los peluches, las cajas. Momentáneamente se asusta: “Y cuando ya no haya nada por quemar, me prenderé fuego a mí misma.”

Una carta cerrada, recuerda Lorena, limpiando sus lentes, es una gran cantidad de posibilidades. Puede ser un regalo, un adiós, puede ser un anuncio terrible, una noticia feliz. Una carta cerrada es como cualquier secreto, materia de Proteo: Apenas lo abras cogerá una existencia tangible y será parte de tu vida, sean noticias o imágenes. Como siempre, el secreto desaparece apenas cuando empieza la diversión. Una carta cerrada es mil veces más interesante que una abierta.

El sobre continúa en la cama, ajeno a los devaneos Loreneicos, inmutable.

- Podría hacer tantas cosas con usted, señor carta-de-Pablo. Siguiendo la lógica aplicada con la pulsera-de-Pablo, el anillo-de-Pablo, las rosas-de-Pablo, debería botarlo o quemarlo. Sin embargo, usted aparece en un momento en el que nada me despierta demasiado interés en la vida. No tengo manera de saber cuál sería el impacto que usted cause en mí, una vez leído. Suficiente impacto es verlo ahí, echado en mi cama, que alguna vez fue también cama-de-Pablo. Sabe qué? Sólo de algo estoy segura: Si no lo leo, me arrepentiré, porque probablemente es la última carta que él me mande, tan lejos como seguramente está. Si lo leo, también me arrepentiré, porque probablemente sea más de lo mismo.

Continúa en la cama, inmutable.

- Ah, usted seguramente juega ahora a ser el interesante, no? Claro, una le muestra la cama y ya está, tirado como un poltrón, dándose la gran vida, mientras yo no acabo de escribir esta historia que ya lleva días y el final se me hace muy artificioso, ah, las historias de llamadas y de segundas o terceras o décimas oportunidades. Y quizás la información que usted esconda en su interior sea justo lo que yo necesito… O quizás justo lo que no necesito. Cómo decidirse, cómo tomar un curso de acción, al verlo tan ajeno al problema. Vamos, dé su opinión! Quiere o no quiere ser leído?

Inmutable.

- Tal vez para después, no? Permítame acabar con esto. A usted lo dejo guardado.

Lorena guarda el sobre en la estantería, entre algunos libros que no lee hace años. Está regresando a la computadora, cuando alguien toca la puerta de su cuarto. Amanecerá en unas horas y sabe que no debería estar despierta tan tarde –seguramente se trate de su padre, intentando convencerla de las bondades de ocho horas de sueño, ocho horas de trabajo, ocho horas de espera –pero aunque la voz que viene del otro lado de la puerta es terriblemente familiar, no se trata de ningún familiar. “Voy a entrar”, dice Javier.

- …
- Jesus, Mary and Joseph Chain. Acabaste de hablar?
- Perdón?
- Por teléfono, estabas hablando con alguien. Acabaste de hablar?
- Sí, ya terminé con eso.

“Con un sobre a una distancia terriblemente larga, supongo”.

- Y…
- Traje ron. No, espera, lo he dejado donde Antón.
- Nuevo Best Friend?
- Nada, con uno bastaba. Aparte él ya está con mejor amiga.
- No me interesa.
- Me imaginaba que dirías algo así.
- Entonces también te imaginaste que te diría “Qué mierda haces aquí”, no?

Lorena lo mira, de pies a cabeza. Cómo demonios convenció a su padre para poder pasar? Encima, hay un olor a ron en el aire que no consigue disimular. “Ebrio, mal vestido y encima en complicidad con mi viejo. Por qué tienen que ser así? Siempre---“

- Oye, tuve un sueño. Hace unas horas.
- Yo también. Pero mi último sueño fue hace meses. Ya no sueño.
- No te creo.
- Eso tampoco me importa.

Javier se calla, buscando los ojos de Lorena. Ella se ha acercado con un lapicero a uno de los
estantes y coge un sobre. Tacha una y otra vez el remitente, hasta que es imposible leer nada.

- Ves esto, Javier?
- De quién es?
- No importa. Las cosas tienen más un valor simbólico a veces. Qué hacemos con el sobre?
- De quién es?
- Qué hacemos con el sobre?

Javier la mira.

- Lo lógico sería abrirlo y ver lo que tenga adentro.
- Ajá…
- Pero no tiene ninguna lógica que hayas tachado el nombre, ni ninguna lógica tenerlo quien sabe cuanto tiempo sin haberlo abierto, ni mucho menos el que yo esté aquí a esta hora, queriendo contarte un sueño, no?
- Ajá.
- No lo has leído, verdad?
- No. Ya ves a donde voy, no?
- Salgamos a caminar y vemos que hacemos con él. De paso que te cuento mi sueño.
- Ya te dije, no me interesa.
- Entonces no habrá problema si lo cuento en el camino.

Lorena sostiene el sobre contra su pecho, como protegiendo a un niño del clima, intentando darle parte de su calor corporal, cuidando que nada le pase. Javier, a su lado, camina silencioso, el frío ayudando a que los últimos rastros de ron se disipen de su mente. “Ah, obvio, ahora no me dirá ni jota. Mejor así, no lo crees, carta-de-Pablo?”, piensa ella, sonriéndole al sobre en sus brazos. Los faroles iluminan las callejuelas cercanas a la casa de Lorena, cubiertas de sillar y de musgo, mientras caminan, inconscientemente pegándose el uno al otro, buscando mantener la temperatura entre los dos. Ella se detiene a ver una casa.

- Te gusta esta casa?
- Me da igual.
- “Me da igual” “No me importa” “No me interesa”. Es lo único que sabes decir?
- Parece.

“En verdad, es muy hermosa, pero no tengo ganas de hablar de eso; ni de hablar de nada con nadie. Déjame en paz. No sé para qué viniste, triste excusa el querer contarme un sueño. Sólo quiero estar sola. Sólo déjame sola”.

Javier está hablando de un sueño que tuvo, mientras Lorena, atenta a las palabras, camina mirando las paredes. Se detiene a ver las inscripciones en algunas, interrumpiendo la narración.

- Qué estás mirando?
- “Marita y Richard 4ever – 04/05/99”
- Más de diez años. Qué crees de ellos, Lorena? Que estarán haciendo ahora?
- Te gustaría que dijera “Haciendo vandalismo juntos en otras paredes”, no? Pero no creo. Lo más probable es que estén preocupados en cosas de verdad, estudios, trabajo, no sé. Cosas serias. Es bonito a veces dejar un 4ever, pero no creo que 4ever dure más de unos meses.
- Bueno, da la casualidad que Marita es prima mía, y Richard es mi cuñado.
- Sí?
- Claro. Llevan doce años casados, tienen dos hijos, los sobrinos más pajas que se pueda pedir, recontra cachetones. Es una completa sorpresa ver esta inscripción, supongo que son ellos.
- Sí? Cómo se llaman los hijos?
- Miguel Ángel y Rafael.
- Ah, artísticos tus primos.
- Más bien tortuguísticos.

Una sonrisa se forma en los labios de Lorena.

- Ya era hora de que te rieras.
- Sólo he sonreído un poco.
- Jaja. Ese papel de mujer fría no te va. Cómo te vas a reír de mis primos tortuguísticos, por favor.
- Ya sé que podemos hacer con el sobre.
- Qué cosa?
- Vamos a la plaza y finiquitamos su vida.
- Bueno.

Aceleran el paso, y Javier empieza a hablar del significado posible de la niebla azul en su sueño, barajando posibilidades que Lorena sabe bien, pues conoce de éstas cosas, sabe bien que no son la que de verdad él piensa. Antes de que él diga lo que ella ya intuye en sus palabras, llegan a la plaza.

- Botémoslo aquí.
- A ese abismo insondable, profundidad increíble, cementerio de botellas de vino?
- Justamente. Esta plaza es ideal para tirar cosas. También para sentarse de noche y mirar estrellas, no?
- Permíteme los honores. Pero antes de ello…
- Qué?
- No me vas a decir de quién es, no?
- Tú ya te imaginas. Y supongo que algún día te contaré.
- Godspeed, carta desconocida de una persona desconocida, esperemos que no tenga una desconocida cantidad de dinero adentro, porque nos sentiríamos desconocidamente estúpidos.

“Ojalá fuera desconocida”, piensa Lorena, al ver el sobre cayendo al fondo. “Y ojalá sea lo último que nunca sepa de ti”. Javier se apoya en uno de los portales, mirando la plaza. Ella se apoya en la baranda, abrigándose con la chalina.

- Bueno, ya se me hace tarde.
- Espera un rato.
- Un rato.

Mira a Javier, esperando que diga algo. Ha terminado la historia de su sueño antes de arrojar el sobre, y no ha dicho nada más, aparte de algunas teorías que saben incongruentes.

- Bueno…
- Eras tú.
- Ah?
- Tú, tú eras la chica del sueño. La que desaparecía en polvo, la que yo imaginaba era lo único que había en el mundo. Yo era la niebla.
- Bueno, ya me ves, no he desaparecido.
- No, estás aquí.
- Y?
- Por qué tienes que hacerlo tan complicado siempre? Por qué, si sabes lo difícil que es para cualquiera decir estas cosas?
- No sé. Nadie te pide que digas las cosas que dices. Tú lo haces porque deseas hacerlo, yo te escucho porque no tengo de otra.

Él suspira, y su aliento, cálido, aparece como una nube de vapor, que prontamente se disipa en el aire. Lorena lo imita, creando nubes similares, una tras otra, atragantándose finalmente.

- Torpe.
- Creo que he tomado aire helado. Mañana voy a amanecer mal. Te responsabilizo a ti.
- Si quieres, por mí no hay problema.
- Responsable irresponsable.
- Toma mi casaca, te vas a congelar.
- Oye, como se llamaba el esposo de tu prima Marita?
- Mi prima Marita? No tengo ning--- No, espera.
- Jajaja. Ya me parecía que te lo habías inventado todo.
- No importa. Estoy convencido que Marita y Roger siguen juntos, sean o no primos míos.
- Richard.
- Lo que fuera.
- Oye, de verdad ya es tarde. Y a ti ya se te pasó el ron.
- Puedo ser cursi?
- Igual lo escucharé.
- “No puedo vivir sin ti”.
- Terriblemente cursi y trillado.
- “Suena estúpidamente cursi, pero es la verdad.”
- Ídem. Sorprendente, sin el alcohol presente.
- Qué harás mañana?
- Tengo que dejar unos papeles por el centro.
- Y de ahí?
- Supongo que tengo toda la tarde libre.
- Vamos al cine o algo?
- Sólo si vemos algo que yo quiera.
- De acuerdo. De acuerdo, mujer.

Por primera vez en la noche, Lorena mira los ojos de Javier. Es fácil notar que él se ha sacado una carga de encima, y camina hablando despreocupadamente de películas de directores franceses, alguna que quizás hayan visto hace años. Lorena sonríe, al pensar “Y así ocurren las cosas. Sin melodrama, sin romanticismo, simplemente pasan. De pararme a analizar la situación, habría podido hacerlo mejor, no todos los días te dicen algo así. Pero la vida es cualquier cosa menos esa ensalada de corazones rosas que nos quieren vender. Qué habrá mañana en el cine?”.

Ella lo embarca en un taxi, y al despedirse, Lorena nota que sigue con la casaca puesta. “Me la devolverás mañana”, alcanza a decirle Javier, desde dentro del carro. Le hace adioses con la mano, antes de meterse a su cuarto y acabar un párrafo que la tenía preocupada.

“Él, calmado y centrado en sí mismo, le responde: Tampoco yo”.

Se acuesta, abrigada en el cuero negro. La felicidad, a veces, toma las formas más extrañas, piensa Lorena finalmente, abrazada a la casaca-de-Javier, antes de volver a dormir. Y volver a soñar.


1 comentario:

M. dijo...

Me da flojera leer todo T_T